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Reportaje:

En un lugar llamado Alcobendas

El padre y las profesoras de Penélope Cruz dibujan sus inicios - Su colegio primaba la enseñanza del teatro - De pequeña "no sólo bailaba, interpretaba"

Patricia Ortega Dolz

"I grew up in a place called Alcobendas...". Y ahí estaba ella, viviendo su gran momento de gloria, en el escenario del Kodak Theatre, metida en un vestido vintage y segundos después de que la actriz Tilda Swinton pronunciara su nombre: "Penélope Crus". Dice que no sabía si decirlo o no, pero lo dijo. Y al pronunciar el nombre de ese lugar donde creció, la estrella de Hollywood se posó rotundamente en la tierra, con los pies bien asentados en ese lugar que hace realidad los sueños de cine. Treinta y cuatro años y había saltado de la periferia de Madrid al corazón de Los Ángeles.

Alcobendas: "...Where this was not a very realistic dream" ("...donde éste no era un sueño muy realista"), proseguía su discurso la que, además de ser la primera actriz española que consigue un Oscar, desde hoy será hija predilecta de este municipio madrileño de 107.500 habitantes, situado 13 kilómetros al norte de la capital y, desde ayer también, a 9.351,88 kilómetros de L.A.

La maestra de danza recomendó que, por su talento, tomase más clases

"¡Jesús, Padre! ¡Que nos vais a echar la puerta abajo!" Fue su primera frase como Mencigüela, su primer papel, por el que la recuerdan en el colegio Juan XXIII, donde estudió hasta los 14 años. Era el paso de Las Aceitunas, de Lope de Rueda, representado en una fiesta de final de sexto de EGB. Una obra en la que ella pagaba el pato por la frustración de un sueño ajeno. El suyo, en cambio, no sería realista pero es real desde ayer. Su padre, Eduardo Cruz, estaba ayer "todavía en una nube". Había pasado la noche en vela en su casa de La Manga, viendo desfilar a su hija por la alfombra roja, acompañada por su madre, Encarna y su hermana Mónica. Se acordaba también de aquellas noches que Penélope pasaba despierta, en el salón de su casa, viendo la ceremonia, y en aquellos "acuéstate ya, que mañana tienes que madrugar".

"Always, the night of the Academy Awards I stayed up to watch the show..." ("Siempre, la noche de los premios de la Academia me quedaba despierta para ver la gala..."), decía ayer la actriz con la estatuilla en la mano. "Cuando vi Jamón, jamón, supe que llegaría lejos", confesaba ayer un padre orgulloso.

Pero mucho antes de aquello, antes incluso de aquel papel iniciático de Mencigüela, contando sólo cinco o seis años, Penélope ya se encargaba de llevar el vestuario, las pelucas que cogía de la peluquería de su madre, "¡y hasta el guión pensado!", a las clases de educación artística y dramatización que impartía Amelia García Casado desde 1975 en el colegio. "Desde que tenía cuatro años ya decía que quería ser artista", aseguraba ayer la maestra. "Era capaz de montar una historia en cuestión de minutos, ella misma repartía los papeles".

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Aquella peluquería de la calle de Concilio, bautizada con su mismo nombre, Penélope (y ya cerrada), fue un poco (y también) su primer escenario. De hecho, la fundadora del colegio, Luz Hernández, clienta asidua de su madre, la recuerda cogiendo las pinturas, las pelucas y las pinzas y "danzando por allí haciendo de las suyas", contaba ayer a las puertas del centro que creó en 1967 junto a su marido (ya fallecido), Juan Miguel Sánchez, un pedagogo que quiso montar su proyecto educativo y que hoy dirige su propia hija Luz, también compañera de Penélope en las clases de baile.

Todo queda en casa, porque los primeros años de la actriz se desarrollaron entre las calles de un vecindario que abarcaba no más de tres manzanas del municipio madrileño. Todo alrededor de la plaza del pueblo. De la casa de sus padres, en un humilde edificio de ladrillo visto en la calle de Soria, a otro edificio similar de una calle aledaña, convertido en colegio, el Juan XXIII. Un centro con una educación innovadora para la época debido a la preparación de su fundador, convencido de que no se podía aprender bajo el lema de "la letra con sangre entra" y que implantó un tipo de aprendizaje activo y práctico, en el que "nunca había deberes para casa", decía su hija ayer. En aquellas aulas, además de las materias convencionales, se estudiaban y se estudian hoy -en muchos casos impartidas por los mismos profesores que instruyeron a Penélope Cruz-, música, danza o artes marciales. "Todavía la estoy viendo trepando por esas barras, no paraba quieta...", contaba ayer Emilia Martín Rodríguez, conocida como Curri, en la sala donde la actriz dio sus primeros pasos de baile, con cuatro años. "Tan pequeña y no sólo bailaba, interpretaba". Curri le recomendó a la madre que la niña, con su talento, debía tomar más clases de baile que las que podía recibir en el colegio.

Penélope, a pesar de que el cura se negaba a bautizarla; Penélope, "un nombre con historia más allá de la canción de Serrat", decía ayer su tío en la ferretería que regentó con el padre de la actriz. Penélope, desde ayer, la estrella de un lugar llamado Alcobendas.

Penélope Cruz, en el centro, <b>posa en </b>el día de su primera comunión, con ocho años (Alcobendas, 1982).
Penélope Cruz, en el centro, posa en el día de su primera comunión, con ocho años (Alcobendas, 1982).
Arriba, la profesora de danza en el aula donde la actriz dio sus primeros pasos. Abajo, su tío Manuel.
Arriba, la profesora de danza en el aula donde la actriz dio sus primeros pasos. Abajo, su tío Manuel.LUIS SEVILLANO

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Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".

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