Directiva pirotécnica
Cada vez que se produce un accidente provocado por los petardos, bengalas y demás material pirotécnico, ya sea en un estadio de fútbol, una fiesta de pueblo o la celebración callejera del cambio de año, surgen voces que reclaman una regulación más severa de la utilización de esos artefactos. La Comisión Europea se puso a ello y ya hace casi dos años que aprobó una directiva que debe ser traspuesta a las normativas nacionales antes de enero próximo.
Algunas de las limitaciones establecidas en esa directiva revelan un conocimiento apenas aproximado de la realidad sobre la que debe aplicarse. La propia norma europea viene a reconocerlo cuando expresamente menciona la posibilidad de establecer excepciones por razones culturales. Acogiéndose a esa salvaguarda, los socialistas han presentado esta semana una proposición pidiendo que la trasposición de la directiva no afecte a "nuestras fiestas, tradiciones y cultura popular".
El afán reglamentístico de Bruselas parece algo exagerado. La exigencia de una distancia mínima de 15 metros entre los artefactos y el público, o la prohibición de manejar material pirotécnico de escasa potencia a menores de 12 años, obligaría a suprimir sin más gran parte de esas celebraciones al aire libre y con participación infantil en las que el fuego y el estruendo son elementos consustanciales; y algunas de las cuales son consideradas patrimonio cultural
Pero si la exageración burocrática es improcedente, también lo es la apelación a la tradición para justificar cualquier cosa. Lanzar cabras desde la torre de la iglesia será muy tradicional pero no deja de ser bárbaro, y lo mismo estrangular gansos vivos como deporte acuático: por eso se buscaron sucedáneos de material sintético.
Unamuno ya arremetió en su tiempo contra esa identificación tan nuestra entre lo lúdico y lo feroz. Pero con más motivo deberían suscitar atención las muy tradicionales batallas pirotécnicas (entre moros y cristianos, por ejemplo) que provocan cada año cientos de heridos. Que se adapte la norma a la idiosincrasia local, vale; pero no a que en su nombre se siga haciendo la vista gorda ante prácticas peligrosas aureoladas por su (real o supuesta) antigüedad.
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