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OPINIÓN
Columna
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¿A quién se parece?

Joaquín Estefanía

El director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Dominique Strauss-Kahn (DSK), acaba de hacer unas declaraciones al diario francés Les Echos en las que avisa de que las previsiones de crecimiento de la economía mundial (0,5% de media), hechas públicas apenas hace unos días -que reducían en un 75% el crecimiento pronosticado en noviembre-, ya se han quedado viejas al incorporarse otros datos "que no son buenos"; además, DSK teme un segundo shock financiero, debido a la degradación de la coyuntura. Por tanto, la economía mundial padecerá el año en curso, si aún no se vuelven a deteriorar las expectativas, algo parecido a un "crecimiento cero", lo que en realidad augura una muy fuerte recesión, al estar incorporados a esa media los países emergentes de fuerte crecimiento (hasta ahora).

La discusión está en si esta crisis se asemeja a la Gran Depresión o a la década perdida en Japón, en los noventa

¿Cómo asimilar esas variaciones supersónicas? Si se repasa la prensa del pasado mes de octubre, sin ir más lejos, se ve que en Japón se discutía entonces si la segunda economía del mundo iba a entrar o no en recesión. Cuando en ese mes llega el nuevo primer ministro Taro Aso (del Partido Liberal Democrático, que está en el poder desde su fundación en 1955, salvo un breve paréntesis de tres años), sus primeras declaraciones son para manifestar la prioridad contra la recesión. Pero en ese preciso momento se iniciaba un trimestre que ha acabado con una contracción de la economía japonesa del 3,3% respecto al trimestre anterior, y el encogimiento más grave desde la primera crisis del petróleo, en los setenta. Este derrumbe se debe, sobre todo, a la fortísima disminución de las exportaciones (el resto del mundo no compra) y a la anemia del consumo, debida a la incertidumbre de las familias.

La economía de Japón es relevante para el análisis, toda vez que la discusión de nuestros días es si la actual coyuntura mundial se asemeja más a la de la Gran Depresión de 1929 o a la década perdida en Japón, en los años noventa. En ese último periodo, a las autoridades niponas les costó manifestar la naturaleza y la profundidad de la crisis, y a los bancos, reconocer el volumen de sus activos tóxicos, fundamentalmente inmobiliarios. Esa etapa estuvo recorrida por la deflación (caída de los precios) y por un crecimiento casi plano. Las medidas keynesianas que se aplicaron (con grandes inversiones públicas y un bajísimo precio del dinero) tardaron en dar resultado porque previamente no se saneó y recapitalizó suficientemente un sector financiero en dificultades. Hay bastantes analogías.

Ahora, con esa contracción, Japón intenta aprobar otro paquete de estímulo bastante equivalente en su magnitud (alrededor de 170.000 millones de euros) a cada uno de los habilitados en la última parte de 2008. Con dos dificultades objetivas difíciles de superar: los tipos de interés son negativos (cercanos al cero) y la deuda pública, superior al 180% del PIB, es la mayor de todos los países desarrollados. -

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