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La rebelión de los jueces
Columna
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Sin recambios

Josep Ramoneda

Raros son estos tiempos de crisis en que una parte significativa de uno de los tres poderes del Estado -el judicial- hace huelga, la revolución viene de ultramar y los partidos de oposición, con sus querellas internas, permiten seguir a flote a unos Gobiernos que encadenan una medida tras otra, sin dar nunca la sensación de saber adónde van. Es lo que está ocurriendo en España, en Francia y en Italia.

España vive la primera huelga judicial de la historia. No son los jueces un sector que vea peligrar su salario o su empleo, por muy mal que vaya la situación económica. Por tanto, no es una huelga provocada por la crisis pero coincide con ella, lo cual no ayuda en absoluto a la buena imagen de la justicia. Que uno de los tres poderes del Estado esté en huelga es una extravagancia. ¿Se imaginan ustedes a un Gobierno declarándose en huelga por disconformidad con el poder judicial? Pues bien, una parte de los que ejercen la jurisdicción se ha puesto en huelga contra el poder ejecutivo. Probablemente, los jueces pierdan, incluso, la batalla de la imagen.

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La justicia está muy desprestigiada en este país y una huelga, y más en esta coyuntura, no mejorará la percepción ciudadana sobre ellos. Pero el Gobierno no puede afrontar una huelga de jueces como si no fuera con él. Rodríguez Zapatero había anunciado que esta legislatura sería la de la reforma de la justicia. Muy mal ha debido jugar sus cartas cuando se encuentra con una huelga antes de que la reforma haya empezado.

Sin embargo, una vez más, el partido de la oposición ha facilitado el trabajo al Gobierno. Atrapado en su propio lodazal, el PP sólo piensa en defenderse. Con una huelga de jueces en la calle, su tema estrella es la cacería de Bermejo. Hoy se debería estar debatiendo cómo y por qué se ha llegado a esta situación con la justicia. Pues no; el PP pide la dimisión de Bermejo, no por la huelga, sino por la cacería. Con lo cual, la maniobra de distracción de los problemas de corrupción del entorno del PP se convierte en una ayuda al Gobierno para que se hable poco de la huelga de los jueces. Y en un salvavidas para Bermejo, en el caso de que Zapatero hubiese pensado en sacrificarlo por el barullo judicial.

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En Francia, siempre pionera en materia de revueltas y conflictos sociales, esta vez, para sorpresa de todos, la revolución viene de las Antillas. Guadalupe está en huelga general y el movimiento se ha extendido ya a la Martinica. Nueve intelectuales antillanos han difundido un manifiesto en el que señalan que "el sufrimiento real de la mayoría ha conectado con las aspiraciones difusas, aún inexpresables, pero reales, de los jóvenes, de las personas mayores, de los olvidados, de los invisibles".

En la metrópoli, la situación se está tensando, en un clima de rechazo a las élites económicas y políticas. Sarkozy, en su peor momento de popularidad, corre el riesgo del aprendiz de brujo. El discurso populista que ha desplegado en sus ejercicios de exhibicionismo permanente puede volverse muy rápidamente contra él mismo. La extrema izquierda sube en los sondeos. Y los socialistas están desaparecidos. Su voz apenas se oye. En plena crisis del capitalismo, la socialdemocracia se ha quedado muda.

Si el socialismo francés está paralizado, la izquierda moderada italiana está directamente hundida. El que tenía que ser el líder regenerador, Walter Veltroni, acaba de dimitir. Desde el hundimiento del poderoso Partido Comunista italiano, la izquierda no ha encontrado ni nuevo discurso ni nuevas personas. La sombra del pasado es muy alargada. Y la izquierda no ha sido capaz de resistir a los lastres de su propia tradición y a la ocupación del Estado por parte de Berlusconi. Una extraña fascinación por el presidente ha ido atrapando a uno tras otro, desde D'Alema hasta hoy.

Aparentemente, el PSOE se salva de esta crisis de la socialdemocracia latina. El PSOE gobierna. Y el poder es vida para los partidos políticos. Pero no hay en el discurso socialista -errático y confuso ante la crisis- ninguna señal de que si estuviera en la oposición tendría más que aportar que sus correligionarios italianos y franceses.

Precisamente cuando la crisis empieza a amenazar la cohesión social, en España, en Francia y en Italia hay tres Gobiernos que aguantan, en buena parte, gracias a que tienen delante unas oposiciones ensimismadas en las luchas internas por el poder. Los tres países entran en la fase más delicada sin recambios solventes.

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