El Madrid racionalista
La figura del prolífico arquitecto Luis Gutiérrez Soto (Madrid, 1900-1977), autor de iconos modernos madrileños, como el bar Chicote o el cine Barceló (ambos de 1931) resume la relación de Madrid con la arquitectura racionalista que, por entonces, quiso llevar la razón a la forma de los edificios, al uso del espacio en la ciudad y a la manera de construir. Gutiérrez Soto se abrazó a esa estética. Pero durante el franquismo no tuvo empacho en tacharla de "apátrida". Empleó su talento en tratar de recuperar la imagen imperial con una arquitectura "española, moderna basada en la tradición", un término que parecía tan contradictorio como el de "los sindicatos verticales" en los que el régimen quería unir a patronos y empleados. Gutiérrez Soto levantó entonces edificios como la neoherreriana plaza de la Moncloa. Sin embargo, en un tercer renacer, y tras comprobar en un congreso internacional lo anticuado de su propuesta, desempolvó los ideales racionalistas para terminar sus días con obras como el edificio de La Unión y El Fénix en el paseo de la Castellana.
Un viaje al pasado que destila nostalgia por los cuatro costados
Los meandros de Gutiérrez Soto ilustran que la arquitectura racionalista no se dio en Madrid sólo durante los años de la II República, cuando floreció en mercados y cines de la mano de López Delgado (cine Fígaro), Rodríguez Arias (edificio Astoria), Feduchi (edificio Carrión) Arniches y Torroja (hipódromo de la Zarzuela), Bergamín (colonia de El Viso), Fernández-Shaw / Muguruza (Coliseum) o Ferrero (Mercado Puerta de Toledo). Ese viaje de ida y vuelta explica que la dictadura censuró unas ideas y a sus representantes, pero no borró su forma. El racionalismo no sólo inspiró a arquitectos como Javier Carvajal o Miguel Fisac, afines al régimen. También lo eligieron Corrales y Molezún. Ese vaivén ideológico ha hecho pensar que, en realidad, el racionalismo en Madrid fue algo superficial.
Llegó de la mano de arquitectos viajeros, como el pionero García Mercadal, más como una moda que como una revolución. Buscó mudar la cara más que el alma de los edificios. Muchos inmuebles todavía delatan esa huella en la fachada. Otros, como el mercado de Olavide, de Ferrero, han desaparecido. Pero teniendo en cuenta que en Italia fue Mussolini quien defendió el racionalismo da qué pensar cómo la arquitectura puede erigirse en representante de unos valores y de sus contrarios. Tal vez está bien que sea así. Y que la ideología se traduzca en hechos y no en fachadas de edificios.
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