El otro método Stanislavski
Alvis Hermanis, director del prestigioso New Riga Theatre de Letonia, gira por España con 'Long life' - La obra muestra su particular trabajo con los actores
Alvis Hermanis (Riga 1965) se atribuye el mérito de ser uno de los pocos directores de teatro europeos centrado en los actores por encima de las demás cosas. Prima su trabajo hasta tal punto que el director teatral define su última obra, Long life, que se estrena hoy en el Teatro Central de Sevilla, como un "producto de creación colectiva". Es decir, de sus cinco intérpretes y, por supuesto, también suya. La labor interpretativa es tan obsesiva y minuciosa que el espectador cree estar contemplando más un reality show que una representación teatral
La obra llega a Sevilla -viajará el 19 y 20 al teatro Alhambra de Granada- precedida por su éxito de público el pasado fin de semana en la sala Cuarta Pared de Madrid dentro del festival Escena Contemporánea. "La prueba de que se descuida a los actores es que es habitual sustituirlos de un día para otro. En mis obras eso es algo muy problemático", afirma.
Su labor es tan meticulosa que uno cree estar ante un 'reality show'
Los intérpretes recrean sus papeles sin diálogos ni maquillaje
Hermanis dirige el New Riga Theatre, teatro nacional de Letonia, desde 1997. Defiende que, en general, la atención de los festivales está demasiado focalizada en los directores y que se descuida la calidad de los actores. Los que trabajan con él se enfrentan, además de a un gran nivel de exigencia, a una desconocida versión del método Stanislavski, la que el dramaturgo desarrolló al final de su vida y que consiste en llegar al personaje, no a través de las emociones sino de una cadena de acciones físicas.
"Si yo fuera a tu casa, me rodeara de tus objetos y repitiera religiosamente tus rutinas terminarían convirtiéndome en ti", explica el autor. "Aunque los actores con talento no necesitan método", asegura no sin cierto riesgo. El resultado de este trabajo es Long life (Larga vida). Un día en la vida de cinco ancianos que comparten un piso en Riga. Todo, condensado en una hora y media.
Cada personaje se afana en sus actividades cotidianas en un decorado recargado, meticulosamente realista, en el que todo ocurre en cinco focos de atención al margen del espectador.
Éste escoge en qué punto se fija participando activamente en cada representación de la obra. La producción refleja lo que fue una realidad social en Letonia, la miseria a la que se vieron abocados los jubilados durante el periodo de transición al capitalismo cuando la mayor parte de los recursos se dedicaban a inversiones y no a sus pensiones.
Aunque Alvis Hermanis rechaza que Long life se entienda como un trabajo de teatro-denuncia sí afirma que con ella quería hablar. "Quería hacer una reflexión sobre la vejez", comenta. "Ahora toda la sociedad de la comunicación está dirigida a los jóvenes pero dentro de muy pocos años viviremos en un mundo de gente vieja".
El montaje, como insiste el director teatral, recae en los intérpretes que soportan el duro drama: los cinco que recrean este ambiente lo hacen sin diálogos, sin maquillaje y con una caracterización mínima. Sus trabajos para superar las barreras domésticas, sus manos torcidas por la artrosis, todos sus achaques, enormemente creíbles, son fruto del trabajo interpretativo.
El director prepara al espectador haciéndole entrar a través de la propia escenografía. Un pasillo atiborrado en el que se mezclan ruedas de bicicleta, cajas, abrigos, cosas de uso cotidiano y otras inservibles ya, guardadas sin razón, sirve de antesala a la obra.
Viendo Long life uno no se puede desprender de la incómoda sensación de estar ante un Gran Hermano marginal, ajeno a las audiencias. "Los reality shows han cambiado nuestra forma de percibir y el nivel de credibilidad de los actores", afirma Hermanis, quien quiere hacer sentir al espectador como un voyeur. También en el teatro.
Babelia
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