Ajuste de cuentas
Si todo sentimiento tiene su canción, la que habría que silbar ahora es ésa de Georges Brassens que dice: qué triste es no estar más triste porque tú te hayas marchado. Porque el caso es que no estamos tristes, aunque debiéramos; ni siquiera estamos indignados, tal vez porque la indignación es lo contrario de la resignación y la mayoría parecemos eso, resignados, de manera que cuando oímos y leemos que nos gobiernan personas que probablemente roban, espían y mienten, por lo general nuestra reacción es: ya lo sabíamos, estaba claro lo que pasaba. Qué bárbaro, teniendo en cuenta que lo que se dice que pasa es que hay corrupción generalizada en lugares como la Comunidad de Madrid; que hay partidos que se financian con dinero público; que existen grupos parapoliciales con los que unos se vigilan a los otros; que para ser millonario en España sólo hacía falta estar invitado a determinadas bodas del más alto nivel y ser amigo del novio; y, por supuesto, que bajo la especulación inmobiliaria que primero hundió la economía de los ciudadanos y luego la del país entero había unos sótanos oscuros, llenos de trapos sucios y dinero negro. Qué catástrofe, ya lo sabíamos.
Juan Urbano sintió una ola de nostalgia al ver el modo en que aquella sociedad se echó a la calle
Juan Urbano, como casi todos, estaba estos días siguiendo los programas, artículos y reportajes de cada mes de febrero, que son los que recuerdan el intento de golpe de Estado de 1981, el famoso 23-F, y sintió una ola de nostalgia, y hasta de envidia, al ver el modo en que aquella sociedad que luchaba por su libertad y contra el regreso de los carceleros se echó a la calle a defender la democracia, levantó la voz e impuso su número, dejando un mensaje claro de sus convicciones y sus deseos, pero también de su fuerza. ¿Qué ha pasado desde entonces? ¿Acaso es que el bienestar es lo contrario de la conciencia? ¿Después de tanto andar en la cuerda floja hemos descubierto que la estabilidad equivale a la inmovilidad, al conformismo? Se hizo esas preguntas y se le echaron encima algunas respuestas inquietantes y algún hecho tan turbador como el que ocurrió en las últimas elecciones municipales, en las que el noventa por ciento de los sospechosos de diversas irregularidades urbanísticas salió reelegido holgadamente y sonrió ante la prensa avalado tanto por los votos que parecían legitimar su gestión como por las explicaciones que solían repetir aquellos a quienes les preguntaban: bueno, yo lo que sé es que ha hecho muchas cosas en el pueblo, muchas obras en la ciudad, un campo de golf, urbanizaciones que han dado trabajo a la gente... "Pero, ¿usted cree que es honrado?". "Bueno..., son todos iguales...". O sea, que si no recalifica, cobra comisiones ilegales y estafa uno, lo hará otro, qué más da.
Juan Urbano sí estaba triste, sin embargo, y otras muchas personas también. Se trata de mujeres y hombres que están empezando a pensar que al final la famosa crisis va a tener sus ventajas, porque va a hacer que empiecen a flotar cosas que estaban hundidas en el silencio. Y lo que flota deja de ser invisible. Y lo que se ve, deja de ser un secreto. Por ejemplo, si te preguntas por qué aparece, justamente ahora, todo esto, a lo mejor no te equivocas si imaginas que debe de haber por ahí más de uno que pagó millones porque algún cargo público le autorizara a construir unos pisos que ahora resulta que no se pueden vender, porque los euros que antes se tenían, o se pedían prestados, han desaparecido. ¿Será eso lo que ocurre? ¿Hemos pasado de las cuentas trucadas a los ajustes de cuentas? Bueno, pues si es así, mejor: que tiren de la manta todo lo que quieran y así podremos barrer la suciedad que se ha ido acumulando debajo.
Lo mejor es que nos estamos despertando, porque la inseguridad te hace abrir los ojos. Eso y que, como a la fuerza ahorcan, ya no podemos ser rehenes de nuestra prosperidad. Tocar fondo es una buena manera de encontrar un punto de apoyo para impulsarse y volver más rápido a la superficie. Ojalá sea eso lo que va a pasar.
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