De cabeza al libro electrónico
Jeff Bezos, fundador y presidente de Amazon.com, comentó el martes en la Morgan Library de Nueva York que dentro de poco se podrán leer en el Kindle "todos los libros que existen, en todas las lenguas". Lo dijo cuando presentaba la segunda versión del novedoso artilugio. No habrá que acudir a las librerías, ni buscar en las bibliotecas los títulos descatalogados, ni siquiera será necesario preocuparse de hacer un hueco en casa para las nuevas adquisiciones. Los nuevos soportes electrónicos son la solución definitiva para tantos males asociados al papel y para terminar con la mayor de sus despóticas exigencias: el espacio. Se acabó, punto final, capítulo cerrado. Dentro de poco, los libros en papel serán una extravagancia.
Todo cuanto se quiera leer estará en el Kindle (o en el eReader de Sony, el iRex Iliad, el Papyre...), un cacharro de un tamaño similar al de la mayoría de los libros de las colecciones más leídas de narrativa o ensayo en nuestro país. Tiene un aire de iPod, el soporte que se está imponiendo como el medio idóneo para escuchar música, y su vocación es muy parecida: conseguir que los aficionados a la lectura descubran que su pantalla de tinta electrónica es el mejor lugar para tratar con aquellos que eligen y han elegido la escritura para transmitir sus saberes y placeres.
En el Kindle se puede elegir el tipo y tamaño de letra, y se puede regular la iluminación. No hay que molestarse en ir pasando de hojas, basta mover un cursor, e incluso (para los que les gusta subrayar y hacer anotaciones al margen) también hay maneras de intervenir en lo leído.
Lo pronosticaron los profesionales del sector en la última Feria del Libro de Francfort: el viejo formato que lleva siglos haciendo las delicias de los lectores habrá sido sustituido en volumen de negocio por su rival electrónico en 2018. Habrá que ir pensando para entonces qué hacer con tantas hojas de papel encuadernadas en primorosos volúmenes, inútiles ya cuando sus contenidos circulen por las impecables pantallas digitales. La hoguera fue una solución que ensayaron hace tiempo algunos fanáticos. ¿O no será mejor el recurso de guardar los libros como si fueran aquellos viejos y añorados discos de vinilo, hasta esperar que regresen como una moda extravagante?
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