_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Israel vota

Hoy se conocerán los resultados de las elecciones legislativas israelíes que, con considerable dosis de optimismo, habrá quien considere cruciales para el también hiperbólicamente llamado proceso de paz. En ambos campos no faltan quienes entienden que perder tiempo es ganarlo. En el israelí, porque la colonización de los territorios ocupados progresa al ritmo que retrocede la esperanza de paz, y cuanto más ocupante haya más difícil será que el Estado sionista se retire de una proporción de los mismos que sea aceptable para el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas; y en el lado árabe porque una minoría piensa que basta con tener muchos más hijos que los judíos para que un día éstos tengan que evacuar Cisjordania, ante la evidencia de que ya son los minoritarios; y algunos especialmente apocalípticos añaden que los cruzados estuvieron 200 años por allí, y también acabaron por hacer las maletas.

En ambos campos, israelí y palestino, no faltan quienes entienden que perder tiempo es ganarlo

A propósito de los dos partidos que las encuestas dan como favoritos, el Likud de Benjamín Netanyahu, derecha en la oposición, y Kadima, centro en el poder, que dirige la ministra de Exteriores, Tzipi Livni, cobra auge la teoría del mal menor; es decir, que como Netanyahu es de una claridad meridiana cuando se declara contrario a cualquier retirada significativa de los territorios, la confusión extrema con que se expresan los líderes de Kadima en medio, eso sí, de pronunciamientos favorables a la reanudación de negociaciones e incluso a la creación de un Estado palestino, puede hacerle parecer a este último el partido de la paz.

Pero en Palestina ningún mal es menor, y Kadima jamás se ha avenido a dar a conocer un mapa de esa retirada, por la sencilla razón de que ningún Gobierno israelí, del mal mayor o del bien menor, ha dado jamás muestras de querer cumplir la resolución 242 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que pide el regreso a las líneas anteriores a la guerra de 1967; como tampoco hubo tal voluntad en la oferta de Ehud Barak a Yasir Arafat en Camp David, julio de 2000, pese a toda la fantasía de que Israel ofrecía la devolución del 94% de Cisjordania.

Por todo ello, la victoria de Netanyahu, que predicen las encuestas aunque sin mayoría absoluta, tendría el mérito de poner freno al sinfín de tergiversaciones sobre una negociación que nunca ha comenzado; y la de Kadima, en especial si se forma un Gobierno de coalición, surtiría un efecto igualmente deletéreo, aupado en la coartada perfecta: yo ya quiero, pero no me dejan.

El gran periodista e historiador israelí Tom Segev, de ordinario tan ponderado y generoso con las víctimas, afirmaba extrañamente en Le Monde Diplomatique que, puesto que la opinión y el Gobierno israelíes habían aceptado la idea de los dos Estados en Palestina, ¿qué esperaban para ponerse a discutir los detalles del reparto de la tierra? Pero, como se dice en inglés, el diablo está en los detalles, tanto que en este caso debe haber una legión de arcángeles caídos. Un detalle es que Israel nunca haya dicho que esté dispuesta a renunciar a la soberanía sobre el Jerusalén árabe, ni mucho menos sobre la explanada de las mezquitas; otro, que el Estado sionista no se reconoce deudor, ni económica ni políticamente, de los millones de refugiados palestinos descendientes de los expulsados en 1948, 1967 y 1973; otro, que Hamás sigue proclamando como objetivo la liquidación del Estado sionista; y, a mayor abundamiento, todo indica que la reciente operación israelí contra la población, combatiente y no combatiente, de Gaza, ha reforzado el crédito del grupo terrorista ante el pueblo palestino, en perjuicio de Al Fatah y su líder, Abbas.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Y la situación se ha agravado porque la operación de la franja, fracasada o no a largo plazo, entrega a corto un formidable rédito a aquellos israelíes que sostienen que el tiempo se gana perdiéndolo, como es poner Gaza por delante, su aprovisionamiento, su supervivencia, y el fin del bombardeo con cohetes caseros sobre Israel. Por ello, lo que a la diplomacia internacional le insta es estabilizar la situación, y eso son meses si no años de concentración en lo que no pasan de ser meros preliminares; el escamoteo político del todo por la parte.

¿Puede Barack Obama obligar o convencer a Israel de que afronte la cuestión de fondo? El personal con que cuenta es el de siempre; el de aquellos que han contemporizado o edificado la alianza más descompensada del último siglo; a favor de Israel.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_