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Columna
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Inyección de liquidez

Me fascinó la expresión la primera vez que lo oí. Imaginé que se popularizaría y que pronto habría un montón de adolescentes poniendo caritas y mendigando a sus padres una "inyección de liquidez" para el fin de semana. E imaginé la sonrisa sardónica de Zygmunt Bauman al ver cómo se confirmaba una y otra vez su definición de "modernidad líquida", es decir, esta época caracterizada por el amor líquido, el arte líquido, la identidad líquida, etcétera, en la que (apenas) nada es ya firme, sólido, duradero. Ahora bien, lo que la tan cacareada "inyección de liquidez" a los bancos muestra una vez más es que ese inmenso dineral que al parecer se habría creado en los años de bonanza económica no era líquido, ni mucho menos sólido, sino gaseoso. Fantasmal, como esos espejismos que vislumbra el sediento en el desierto.

Veo que en esta ocasión Zapatero se ha reunido con los banqueros inyectados del país en la misma sala de la vez anterior, pero los relajados y hermosos sillones de cuero blanco han sido sustituidos por un austero espacio con mesas y papeles, para que los allí convocados hagan como que toman apuntes. ¡Ah, pero qué importante es la escenificación en política! Tal como va la cosa, tal vez dentro de un par de reuniones se sienten en unos pupitres de madera reciclados y aprendan a poner todavía una cara más compungida.

¿Sabían ustedes que en los países católicos el préstamo a interés estuvo prohibido, al menos oficialmente, hasta 1830? No era una proscripción que se cumpliera con mucho rigor, pues se fueron creando todo tipo de subterfugios retóricos para justificar diversos tipos de especulación monetaria, pero la base de la condena estaba clara: era un grave pecado de usura, que atentaba además contra el mandamiento del "no robarás". Mucho ha llovido desde entonces y, en general, no podemos menos de alegrarnos: sin las instituciones bancarias y su sistema de préstamos, entre otras cosas, difícilmente podríamos emprender negocios, comprar casas, hacer frente a grandes gastos. Ahora son pocos los que se atreven a llamar "usureros" o "ladrones" a los banqueros: todos parecemos haber asumido que ciertos vicios privados están relacionados con ciertas virtudes públicas.

Pero lo que nos deja perplejos a los ciudadanos de a pie, a los que no entendemos de macroeconomía ni de la criptografía del mundo financiero, es cómo el Estado puede "inyectar liquidez" a todos esos bancos que no dudan en regodearse de sus ganancias multimillonarias, sin una cláusula que les obligue a que esa liquidez fluya a los ciudadanos y a los empresarios que necesitan un crédito urgentemente. Y eso sí, querido Bauman, los que no conocemos la alquimia del dinero líquido y gaseoso no dejamos de sorprendernos de lo sólido, firme y duradero que es el dinero de nuestras deudas: ni aun hundiéndose el banco, dejaríamos de debérselo.

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