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Cosa de dos
Columna
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Escatología

Carlos Boyero

La excelente película El desafío. Frost contra Nixon (se estrena pronto) es la historia de un combate a varios asaltos en la que las armas y el juez no son los puños, sino algo mucho más demoledor como las cámaras de televisión. El entrevistador David Frost, alguien sin ningún talento deslumbrante pero que sabe todo sobre el poder de la tele, hace confesar en público sus miserias al astuto y escurridizo Richard Nixon, al rey de los tramposos. Y el derrumbe, la inconsolable derrota, la lacerante soledad del mentiroso, llegará a través de un primer plano definitivo, más revelador que un millón de palabras sabiamente orquestadas.

Imagino que Zapatero, en el arriesgado cuerpo a cuerpo con el atemorizado, reivindicativo o escéptico pueblo llano que le pide cuentas al gran timonel, ha recibido clases y también improvisa con la gestualidad, la mirada, el movimiento de sus manos, la forma de escuchar, la sonrisa. Y lo hace bien, se sabe el papel. Incluido el previsible plano final, acercándose cálidamente a la chica con síndrome de Down. En ese momento también se suma a la charla un individuo inquietante, chaleco de cuero, pajarita, gafas negras, bigote con síntomas de añoranza franquista, al que no le han concedido la palabra y que sonreía en plan hiena cuando le enfocaba la cámara. Supongo que los guardaespaldas de Zapatero sufrieron un sobresalto ante tanta cercanía. Y me identifico con los indisimulados e irreverentes bostezos de otro de los invitados cuando el humanista presidente se empeña en convencernos de que no hay mal que cien años dure.

Aunque aguantara hasta el final, no encontré nada fascinante en el recital de este aceptable actor ante los lógicamente encabronados miuras, pero reconozco que sabe hacer su trabajo, y entiendo que siga manteniendo la fidelidad de su parroquia en época de incertidumbres, evidencias terroríficas y oscuridad duradera. Sólo tienen que mirar el careto y el discurso de Aznar para certificar que existe lo malo y lo peor. Y no tengo nada claro que el único y compartido anhelo de los españoles hacia su persona sea que se vaya a cagar, según certifica el sutil, elegante y volteriano Luis Herrero en ese programa de Telemadrid que dirige la acorralada víctima Esperanza Aguirre.

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