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Columna
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Las misiones de la universidad

Darío Villanueva

Que el Plan Bolonia aspire a favorecer no solo la movilidad de los estudiantes europeos, sino también su empleabilidad, no significa que se pretenda erradicar cualquier estudio que no esté directamente vinculado con sectores o procesos productivos.

Ahora bien, aplíquese aquí el dicho acerca de la mujer de César. No me cabe duda de que por parte de los responsables ministeriales, autonómicos y rectorales no existe la intención oculta de hacer ciertas las denuncias de mercantilización y privatización de nuestra enseñanza superior que estamos escuchando día sí y día también.

Pero precisamente por ello, hay que insistir en un discurso inequívoco al respecto, algo que puede no estar del todo claro en el documento Estrategia Universidad 2015 que el equipo directivo del nuevo Ministerio de Ciencia e Innovación presentó como primicia en la Universidad de Santiago de Compostela hace tres meses.

¿Por qué suprimir tan drásticamente la transmisión también de la cultura?

En el apartado cuarto de su resumen ejecutivo, que se puede consultar en la página web del ministerio, figura, por caso, un cuadro en el que se representan tres misiones para la universidad: formación, investigación y transferencia de conocimiento y tecnología.

Curiosamente, también eran tres las misiones que Ortega y Gasset defendía en uno de los textos más influyentes en el pensamiento universitario del siglo XX. Me refiero a su libro, titulado precisamente Misión de la Universidad, que publicó Revista de Occidente en 1930 a partir de una conferencia encargada por la Federación Universitaria Escolar (FUE), la vanguardia -entonces- del movimiento estudiantil. Y Ortega concluía precisamente su propuesta con una palmaria invocación europeísta, al afirmar que si se cumplían los requisitos previamente expuestos por él, "entonces volverá a ser la universidad lo que fue en su hora mejor: un principio promotor de la historia europea".

Pues bien, en otra página el filósofo escribe que la enseñanza superior aparece integrada por estas tres funciones: transmisión de la cultura; enseñanza de las profesiones; e investigación y educación de nuevos científicos. Pero más adelante, en el capítulo titulado Cultura y ciencia, Ortega justifica el porqué de la preeminencia que entre las funciones de la universidad le ha dado a la difusión de la cultura: porque estaba convencido de la importancia histórica que tenía devolver a la universidad su tarea central de ilustración de la humanidad, de enseñarnos la plena cultura de nuestro tiempo. Para él, cultura era el sistema de ideas desde las cuales cada época o momento histórico vive.

Resulta plausible que de las tres misiones mencionadas por Ortega y por el documento ministerial, dos coincidan exactamente: la formación profesional y la investigación científica. Pero, cuando menos nos sorprende que la misión primordial del maestro, la transmisión de la cultura, desaparezca a favor de la transferencia de conocimiento y tecnología.

La inclusión de esta última función está más que justificada y nadie se opondría hoy a ella. Sería una triste paradoja que en la sociedad del conocimiento hacia la que nos encaminamos, las universidades, que son auténticas "factorías de conocimiento", quedasen al margen, ensimismadas, sin transmitirlo a la sociedad para enriquecerla (no solo materialmente).

Pero, ¿por qué suprimir tan drástica e injustificadamente la transmisión también de la cultura? Bien entendido que, a estos efectos, hoy todos concordamos también en la suma irrenunciable de lo que Lord Snow denominaba "las dos culturas": la humanística y la científica. Esa cultura integradora, que nos ayudará orteguianamente a entender nuestra sociedad y nuestro siglo XXI, tiene igualmente en las universidades un cultivo incomparable al que se le pueda dar en otros ámbitos, y sería un despilfarro que se renunciara a transferirlo al mismo tiempo que la tecnología. Si lo uno redundará en el enriquecimiento económico de la sociedad, lo otro producirá el mismo beneficio en términos de riqueza inmaterial, pero no por ello menos apreciable.

En suma: sería muy oportuno que desde las instancias pertinentes se confirmara y defendiera públicamente que las misiones de la universidad ya no son tres, sino cuatro. Las que Ortega formuló y la nueva que el desarrollo de la sociedad del conocimiento demanda.

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