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Columna
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La hoguera y el incendio

Joaquín Estefanía

En Las consecuencias económicas de la paz, escribe Keynes: "Una hoguera general constituye una necesidad tan grande que, a menos que podamos convertirla en un asunto ordenado y benévolo en el que no cause ninguna injusticia grave a nadie, dará como resultado, cuando por fin se inicie, un incendio enorme que puede destruir mucho más". Evitar que el incendio de la crisis devenga en el incendio de una depresión generalizada es la principal labor que le espera al presidente Obama, nada más tomar posesión de la Casa Blanca, por fin mañana. Nunca como ahora -por el efecto de las nuevas tecnologías de la información pero sobre todo por la necesidad de liderazgo en el planeta- el discurso de posesión del presidente de EE UU habrá de ser tan escrutado.

Las analogías que se hacen de la personalidad y la acción de Obama con las de Franklin Delano Roosevelt (FDR) y su New Deal son más abundantes que las diferencias. Contra la versión que posteriormente se ha construido, a principios de los años treinta del siglo pasado apenas nadie tenía mucha idea de lo que significaría el New Deal. Uno de los asesores de Roosevelt escribió ese concepto en el discurso de aceptación de su nominación, que daría en Chicago a mediados de 1932, sin pensar mucho en lo que quería decir y menos en su significación profunda. Y atinó. Lo importante fue que FDR se enfrentaba a una elección extremadamente radical en el terreno económico: no intervenir y dejar que hubiera todavía más deflación (que era a lo que le instaba la mayor parte de los expertos, crecidos en la idea del laissez faire), o arriesgarse a ver aumentar la inflación por mor de incrementar fuertemente la demanda y generar millones de puestos de trabajo. Roosevelt, ya se sabe, eligió lo segundo, "no como resultado de ninguna convicción teórica, sino a consecuencia de una serie de decisiones independientes tomadas por diferentes razones. Se había llegado a un punto en que el pueblo americano pedía que se hiciese algo, y FDR comprendió que su tarea más importante no consistía solamente en actuar, sino también en utilizar la palanca de la acción para levantar la moral de la población" (Franklin D. Roosevelt, Patrick Renshaw, editorial Biblioteca Nueva).

Lo anterior es una clave muy significativa para entender los días iniciales del New Deal. En su alocución inicial como presidente, en marzo de 1933, FDR construyó una frase que pasó a la historia: "La única cosa que debemos temer es el miedo a nosotros mismos". La primera semana que FDR pasó en la Casa Blanca fue un resumen de esos primeros tres meses: "actuación ultrarrápida y en staccato". 15 proyectos de ley fueron presentados antes de que acabase el mes de junio, relacionados con la agricultura, la banca, Wall Street, los sindicatos, la protección de hipotecas, la energía eléctrica de gestión pública, el conservacionismo del medioambiente, etcétera. El resultado fue la más asombrosa explosión legislativa y de medidas prácticas en la historia de EE UU.

Obama ha empezado a gobernar antes de llegar a la Casa Blanca. El pasado viernes, el Congreso de EE UU liberó a petición suya 350.000 millones de dólares del fondo de estabilización financiera aprobado por la Administración Bush, para apuntalar a los bancos en crisis y evitar (en línea con lo anunciado por el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke) "el desplome financiero global"; de esa cantidad, el nuevo equipo económico podría utilizar 100.000 millones para auxiliar a los propietarios con dificultades para pagar sus hipotecas. Pero el grueso de la actuación económica del presidente demócrata será el plan bianual de estímulo a la economía real, cuyo monto preanunciado consta de alrededor de 800.000 millones de dólares, casi la cantidad que produce un país como España en todo un año.

Con las ayudas a los bancos (por ahora, 700.000 millones de dólares) y a la economía real (800.000 millones) -en total, un esfuerzo de más del 10% del PIB de EE UU- la Administración americana pretende liderar la lucha contra una depresión que en palabras del reconocido economista Robert Shiller (¿futuro Premio Nobel?), podría significar una "década perdida" para el mundo (El estallido de la burbuja, Robert J. Shiller, ediciones Gestión 2000).

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