La fábrica del mundo se agrieta
La crisis forzará a millones de obreros chinos a volver a sus pueblos este año - Pekín teme que se produzcan las mayores protestas sociales desde 1989
La enorme plaza que da entrada a la estación de tren de Guangzhou, capital de la provincia sureña de Guangdong, es un hormiguero a las siete de la tarde. Cientos de emigrantes descansan en el suelo, junto a los fardos en los que se aprietan sus pertenencias. Rostros hastiados, miradas perdidas. Los restos de comida y las hojas de periódicos hablan de largas horas de espera. Bajo el eslogan Continúa el proceso de apertura y reforma, una pantalla gigante rompe la noche con imágenes de playas paradisíacas y aguas turquesas. Una visión muy distinta de la realidad de estos antiguos campesinos, que se han visto obligados a regresar a sus pueblos ante la falta de actividad o el cierre de las fábricas en las que trabajaban en el delta del río Perla -el principal centro manufacturero del país- a causa de la crisis.
Chen Jian (nombre ficticio), de 23 años, llegó a la estación hace 13 horas. "La fábrica de maletas en la que trabajaba tenía hace unos meses entre 5.000 y 6.000 empleados. Eran 10 horas al día, siete días a la semana. Ahora no da para más de cinco horas, tres o cuatro días, y el salario ha bajado de unos 2.000 yuanes (220 euros) a 1.300 (145 euros). No nos han despedido, simplemente han reducido el número de horas, y ya no compensa", asegura este nativo de la provincia de Sichuan.
La situación se reproduce entre muchos de los viajeros que esperan la salida de sus trenes bajo la mirada de los policías. Forzados por la falta de tajo, han decidido irse a sus casas a pasar las fiestas del Año Nuevo chino semanas antes de lo que lo habrían hecho normalmente.
El proceso de reforma y apertura lanzado por Deng Xiaoping hace 30 años ha convertido China en la fábrica del mundo. Pero el desplome de la demanda extranjera le ha asestado un duro golpe. Las exportaciones cayeron un 2,8% en diciembre, la mayor caída en 10 años. Ya retrocedieron un 2,2% en noviembre, la primera vez que experimentaban un descenso en más de siete años. Miles de empresas han echado el cierre. La crisis se ha sumado al efecto que ya tenían las mayores exigencias de calidad, leyes laborales y medioambientales más estrictas, y la apreciación del yuan.
El presidente chino, Hu Jintao, ha asegurado que el país se enfrenta este año a una situación "muy sombría" en el empleo, y que afrontar la crisis va a ser una "una prueba de la capacidad del Partido Comunista para gobernar". El Banco Mundial prevé que la economía china crezca un 7,5% en 2009, el valor más bajo de los últimos 19 años. El Gobierno prevé un 8%. El Fondo Monetario Internacional y el Royal Bank of Scotland pronostican un 5%, la peor cifra desde la revuelta de Tiananmen, en 1989.
La ralentización económica podría forzar el cierre del 20% de las fábricas de Guangdong, según organizaciones laborales provinciales. Algunos economistas calculan que 20 millones de emigrantes de los 160 millones con que cuenta el país podrían verse obligados a regresar a sus pueblos este año.
El Gobierno ha fijado como "prioridad absoluta nacional" mantener el crecimiento para crear empleo, y ha reaccionado con medidas tajantes ante el riesgo de que se dispare la inestabilidad social. A principios de noviembre, aprobó un plan financiero por valor de cuatro billones de yuanes (440.000 millones de euros) hasta 2010 para reactivar la economía, impulsar el consumo interno y reducir la dependencia de las exportaciones, que representan el 40% del producto interior bruto; y ha pedido a los empresarios que no lleven a cabo despidos masivos.
El impacto de la crisis se nota incluso en la propia capital de Guangdong. En los comercios de la calle Shang Jiu, una de las más animadas de Guangzhou, flotan los carteles anunciando saldos. "La crisis empeora. La fábrica ha cerrado. Juego completo de sábanas por 50 yuanes [5,5 euros]", dice uno. "Cazadoras de piel. Antes, 1.280 yuanes [142 euros]. Ahora, 99 [11 euros]. Para pagar los créditos de la factoría", señala otro. ¿Realidad o herramienta publicitaria? El hecho es que "los clientes no compran", afirman los vendedores.
Para palpar cómo está afectando el parón mundial a China, lo mejor es viajar a Dongguan, 60 kilómetros al este de Guangzhou. Todas las carreteras que conducen a Dongguan -cuya municipalidad ha pasado de 1,1 millones de habitantes en 1978 a 8,7 millones en 2007- están flanqueadas de fábricas. Algunas son grandes complejos industriales con varias decenas de miles de operarios; otras, talleres familiares. Aquí se producen desde componentes electrónicos hasta juguetes, zapatos o relojes. Todos esos artículos que, gracias a su bajo precio, han inundado el planeta y han permitido a China convertirse en la cuarta economía del mundo.
El cielo gris, los inmuebles ocres, la continua sucesión de áreas industriales y los monos de trabajo colgados en los balcones de los edificios de dormitorios anexos a las fábricas imprimen un aire triste a la región.
Pero muchos de esos uniformes de trabajo ya no se balancean al aire. Muchos talleres han dejado de producir y los bloques de dormitorios se elevan sin inquilinos, como gigantes dormidos. En octubre cerraron 700 empresas en Dongguan. El Gobierno de Guangdong pretende aumentar el nivel tecnológico de las empresas en la provincia, de ahí que haya impulsado también el desplazamiento de algunas compañías hacia el interior del país. "Vaciar la jaula para dejar sitio a los nuevos pájaros", ha dicho Wan Qingliang, vicegobernador provincial.
En una de las calles de la ciudad duerme un taller que ni siquiera ha sido estrenado, sorprendido a contrapié por la crisis. Sobre las paredes de las factorías huecas se repiten la frase se alquila y números de teléfono escritos en carteles de intenso color rojo. "El empresario que la tenía arrendada desde hacía más de tres años la desmontó hace dos semanas debido a la crisis. Esperemos que tras las vacaciones del Año Nuevo chino, la gente regrese para continuar los negocios", dice Wang, una mujer que contesta a uno de estos números.
Las fábricas que no han cerrado han disminuido la actividad, y sus trabajadores se ven obligados a permanecer en los dormitorios o a deambular ociosos por la ciudad, en la que, aparte de tiendas, restaurantes y karaokes, hay poco más. "Sólo trabajamos cinco horas diarias de lunes a viernes. Y en las habitaciones, que son de 8 o 10 personas, ahora estamos 4 o 5", explica Wang Shuang, una chica menuda de 19 años, mientras pasea por un mercadillo acompañada de su hermana gemela, Wang Fang.
A pesar de que ganan menos, las dos jóvenes han decidido aguantar en la empresa de componentes electrónicos, ya que en su pueblo de la provincia de Guizhou, una de las más pobres de China, hay poco que hacer. "Tras las fiestas, volveremos. Esto es más desarrollado", dicen, enfundadas en unos vaqueros ajustados. "Para estos emigrantes, es muy difícil retomar el trabajo y el estilo de vida que tenían antes de dejar sus pueblos", asegura Yuen Pau Woo, presidente de la Fundación Asia Pacífico de Canadá. "Sin embargo, el paquete de estímulo fiscal aprobado por Pekín puede crear empleos en otras áreas".
Desorientados ante la quiebra de su negocio o la pérdida de empleo, algunos empresarios y trabajadores acuden a Zhou Qingfang, un adivino y curandero que ofrece sus servicios en una calle de Dongguan. "Me preguntan qué socio buscar, qué hacer tras quedarse sin empleo, y yo, en función de su nombre, la fecha de nacimiento o su elemento chino, les sugiero la dirección que deben seguir", dice este hombre de 70 años, quinta generación familiar de videntes. "Hace unos meses, venían 10 o 20 personas al día. Ahora, son más de 30", afirma Zhou.
Un centenar de kilómetros al sureste, en el puerto de Shenzhen, fronterizo con Hong Kong, y una de las principales vías de salida de mercancías de la fábrica del mundo, se percibe claramente la crisis. "Desde principios de septiembre, salen muchos menos contenedores. La actividad ha caído más de un 30%", asegura Zhang Qingshen, empleado en una de las empresas que operan en la terminal internacional de Shekou.
"No me iré hasta que me paguen"
El fantasma del paro es una de las mayores preocupaciones del Gobierno chino, ya que la precariedad del sistema de seguridad social convierte la falta de trabajo en una bomba de relojería en este país de 1.300 millones de almas. Para el Partido Comunista Chino, que ha buscado, en buena parte, legitimarse en el poder gracias al rápido desarrollo económico, está en juego, también, su propia supervivencia.
Desde que comenzó la crisis, se han multiplicado las protestas. Es el caso de la empresa Jiang Rong, que se dedicaba a la fabricación de bolsos y maletas. Su propietario, taiwanés, se esfumó el 15 de diciembre, adeudando dos meses y medio de salario a los 300 trabajadores, y tres meses de alquiler de la fábrica, y las facturas de agua y electricidad.
Los empleados se echaron a la calle para pedir a las autoridades locales sus sueldos, pero éstas contestaron que sólo les pagarían el 60%, según reza un cartel pegado a la puerta de la factoría, situada en un barrio polvoriento de las afueras de Dongguan. Tras reclamar en vano al Departamento de Trabajo, se dirigieron en manifestación a las oficinas del gobierno local. Pero fueron recibidos a golpes por la policía. El 24 de diciembre, la fábrica dejó de dar comidas, y, tras 10 días de protestas, los trabajadores se resignaron, cogieron lo ofrecido y se marcharon.
Salvo unos cuantos. "A tres no nos dieron ni siquiera el 60%", afirma Dai Houxue, de 30 años, original de Guizhou. "Pero no me iré hasta que me paguen lo que me deben".
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