Poesía, moral y rostro de la crisis
Por la parte alemana de Internet circula desde hace meses un poemita satírico sobre la crisis económica que alguien, por ignorancia o malicia, atribuyó al periodista, escritor y notorio izquierdista Kurt Tucholsky (1890-1935). Decenas de miles de remitentes de mensajes electrónicos masivos y otros muchos participantes en foros celebran todavía, como supuesto mérito de la pieza, que predijera la actual crisis hace ya 80 años. Tanta fue la admiración, que los versos acabaron publicados en periódicos alemanes con la firma de Tucholsky. En realidad, las rimas habían aparecido por primera vez el pasado septiembre en el muy derechista semanario Preußische Allgemeine Zeitung.
La rectificación desde la Fundación Kurt Tucholsky y en las páginas de algunos medios, como el Financial Times Deutschland, no ha logrado desterrar el equívoco. De la anécdota puede inferirse que, para entender por qué son hoy más pobres que ayer, pero menos que mañana, muchos alemanes están más dispuestos a considerar un poema apócrifo recibido en un correo electrónico masivo que los sesudos análisis que ofrecen los expertos. La malversación de la prestigiosa firma de Tucholsky basta, en tiempos de crisis, para ennoblecer un poema de sesgo populista y antiliberal. La respuesta simple a un problema complejo, con el aliciente añadido del prodigio premonitorio, se ha demostrado un éxito.
Para muchos, el presidente del Deutsche Bank es el rostro de la codicia
La Iglesia acusa Josef Ackerman de "adorar al becerro de oro"
En tiempos anteriores al buzón electrónico, las respuestas y los prodigios fueron cosa de las iglesias, que aún ofrecen ambas especialidades. Sin ir más lejos, el día de Nochebuena, el presidente del Consejo de la Iglesia Evangélica Alemana, Wolfgang Huber, contribuyó a la aclaración de la crisis poniendo un nombre a la codicia: Josef Ackermann, presidente del Deutsche Bank, cuyas aspiraciones de beneficios calificó Huber como "una forma de idolatría" que le recuerda a la "adoración del becerro de oro". No se la juega el obispo poniendo en la picota a uno de los banqueros más vilipendiados de Alemania.
El suizo Ackermann es, para muchos alemanes y no sólo en Navidad, la encarnación de la avidez y la falta de escrúpulos del sector financiero. Una suerte de cabecilla, extranjero para más deslustre, del ejército de clones encorbatados que escalan las más altas torres de Francfort, pueblan la City londinense y desayunan con sus BlackBerry en los distritos financieros de Manhattan o Madrid. Los mismos que, tras el desastre de la banca Lehman, pudieron verse hace un par de meses por televisión abandonando por docenas el campo de batalla con la seda al cuello.
El millonario Ackermann, de 60 años, no teme a los obispos ni a las humoradas. Cuando lo procesaron por desfalco hizo el gesto de la victoria para los fotógrafos en un receso del escandaloso juicio, que, previo pago de 3.600.000 euros, terminó sin condena en 2006. En octubre participó en los preparativos del multimillonario fondo Soffin de rescate bancario del Gobierno alemán. Después aseguró que le daría vergüenza pedir semejante ayuda. También asegura que ha perdido "la confianza en la capacidad regenerativa del mercado". Como uno de los ejecutivos mejor pagados de Alemania, puede que Ackermann conozca entresijos del dinero que al resto se le escapan.
El verdadero Tucholsky, hace casi 80 años, dejó escrito al respecto que "no se sabe de dónde viene el dinero. O hay dinero o no lo hay. Casi siempre no lo hay".
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