A TOPE Ventajas del frío
Durante mi infancia no nevó mucho en mi ciudad, pero ahora cada vez que llega el invierno me harto de ver estampas de La Concha teñida de blanco. La nieve tiene gracia sobre todo cuando eres un crío. Dos razones a la cabeza de esta afirmación: la primera, batallas de bolas de nieve, y la segunda y más importante, la posibilidad de que no haya clases porque el acceso a los colegios se complica es muy alta. Sólo tengo el gozoso recuerdo de un temporal de nieve en toda mi infancia. Por supuesto, no hubo clase durante un par de días (no tener que ir al colegio y que la razón no sea que estás enfermo es el éxtasis, la experiencia más gozosa que puede pasarle a un chaval) y, por supuesto, hubo batallas con bolas de nieve. Incluso utilizábamos bolsas de basura a modo de trineos cutres para descender cuestas cubiertas de nieve (perdón, creo que con esto me he puesto un poco dickensiano). La nieve para un niño es un regalo divino, una salida de la normalidad porque algo extraordinario sucede. Me imagino que para un niño finlandés ver nevar será tan asombroso como respirar o que salga agua del grifo, pero para un niño vasco la novedad es importante.
Pero lo extraordinario ya no lo es tanto en mi edad adulta. Ahora no para de nevar cada año. Y ahora la semana blanca ya no tiene ni puñetera gracia porque lo paraliza todo. Carreteras cortadas, incomodidad a la hora de moverse por las calles, en tu casa un frío que pela y que ni siquiera la calefacción más potente es capaz de domesticar. Es "el frío siberiano", un término que se está usando mucho estos días y que me fascina porque nos lanza a parecer personajes de novela rusa, ateridos de frío por el viento procedente de Siberia. En un episodio de una de mis series favoritas, Los informáticos (una comedia de situación inglesa sobre el departamento informático de una gran corporación y que se emite en Canal+) se afirmaba que, desde que ya no se puede fumar en el puesto de trabajo, salir al exterior a echar un pitillo es como sentirse un exiliado ruso en Siberia. A la puerta de cualquier gran oficina se agolpa un grupo de proscritos expulsados del calor del interior por su vicio fumador. Y es cierto. Aquel que sea fumador y tenga que ponerse el abrigo para enfrentarse al frío siberiano y echar un pitillo se sentirá como un expatriado crítico con el régimen de Stalin.
El único consuelo que puede tener uno es afrontar el fin de semana con una manta y una pila de DVDs para olvidar el frío exterior. Así podríamos repasar el mejor cine del año pasado en el sofá de casa. Sólo tendríamos que hacer una incursión glaciar hacia un videoclub o una tienda de DVDs (podríamos usar un trineo con perros husky tirando de él para llegar a nuestro destino) y aprovisionarnos para pasar el sábado y el domingo. Mi menú: Wall-E, Pozos de ambición, Los Cronocrímenes o Michael Clayton. Cualquiera de ellas nos hará disfrutar de cierto calorcito mientras vemos cómo nieva sobre las estepas.
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