Lo heroico
En la primera foto que tras el despertar de Jesús Neira ha publicado la prensa se percibe esa secuela común que sufren los que superan un coma: la melancolía de un tiempo arrebatado. Todos los pies de foto echan mano de tres palabras para definir el comportamiento por el que este hombre se vio al borde de la muerte: héroe, heroico, heroicidad. Las merece.
Hoy en día es un héroe el que se atreve a intervenir en un incidente callejero, dado el nivel de agresividad que se respira a menudo en el ambiente. Dicho esto, habría que reflexionar sobre el impacto que ha tenido el tratamiento del caso Neira. Se ha dado la coincidencia de que en estos últimos días varios desconocidos con los que entablé conversación me contaron que habían presenciado una agresión a una mujer en plena calle y reaccionaron de la misma manera, inhibiéndose o llamando a la policía. Me ha dado que pensar. Ya digo, los relatos coincidentes no tienen rigor periodístico, pero al referirse todos ellos al profesor Neira para justificar su temor a salir malparados si intervenían, muestran que la manera sensacionalista y a veces grosera en que se ha informado sobre este suceso ha podido tener un efecto contraproducente. Para empezar, el hecho de que defender a una persona que está siendo maltratada se haya convertido hoy en un acto heroico más que de solidaridad ciudadana, hace que se atemoricen aquellos que, entre la posibilidad de conservar su integridad o ser alzados como héroes, opten por lo primero.
Pero hay otro elemento añadido: las campañas contra la violencia machista instan a la ciudadanía a señalar a los agresores, a intervenir. ¿Qué debe pensar entonces el telespectador que ve cómo la víctima a la que defendió Neira se lleva una pasta por defender a su agresor? El resultado es paradójico: los mismos que coronan al héroe lo humillan públicamente.
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