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Columna
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Redes sociales

No es que yo no sea partidario de las nuevas tecnologías. Muy al contrario, la comunicación en tiempo real a través del correo electrónico o el acceso a la información que proporciona Internet ha cambiado radicalmente nuestra forma de trabajar y de vivir, hasta el punto de hacer impensable una vuelta a los viejos, y lentos, sistemas basados en el manejo de papel. Las tecnologías de la información y las comunicaciones han proporcionado a las empresas eficaces herramientas para competir en un mundo globalizado, de tal modo que puede establecerse un antes y un después en sus estrategias competitivas en función de la intensidad con la que aquellas sean, o no, incorporadas, a sus actividades ordinarias. Ahora bien, una cosa es aprovechar las nuevas tecnologías para mejorar las relaciones personales o la productividad, y otra, muy diferente, ser dominado por ellas.

Hasta hace unos meses, yo tenía un grupo de amigos. Era casi feliz con mis periódicos impresos, mi deporte al aire libre, mis tertulias matutinas, mis clases en el aula, mis salidas nocturnas con colegas y mis sesiones de cine vespertinas. En la mayoría de estas actividades, aunque no en todas, había personas de carne y hueso con quien compartirlas. No eran muchas, pero sí las suficientes como para notar un cierto calor humano mientras hacías aquello que te gustaba. No es que se alcanzara la felicidad suprema, pero si no eras muy exigente te ibas razonablemente contento a la cama.

Ahora, por culpa de la tecnología inalámbrica y de esa moda de las redes sociales, podría decirse que mi vida se ha convertido un infierno. Para empezar, mis colegas de toda la vida ahora tienen muchos más amigos que antes (algunos los cuentan por centenares), y, lógicamente, ya no tienen tiempo para atendernos a todos. Uno se han hecho de Facebook, otro de Tuenti y otro de My space (naturalmente, todos punto com). De modo que están todo el día ampliando sus "redes sociales", cuando no atendiendo sus blogs en los que cuelgan todo tipo de vacuas reflexiones acerca de cualquier cosa que se les ocurra.

Por supuesto ya no van al cine, no sólo porque ahora no tienen tiempo para desplazarse, sino porque han encontrado una página en Internet, P2P, donde están gratis hasta los estrenos más recientes. Me hablan de grupos musicales la mar de exóticos, de los que yo ni sospechaba su existencia, que se han bajado de YouTube, y ya no quieren hacer deporte al aire libre porque sus novias, más jóvenes que ellos, le han regalado un artefacto moderno inalámbrico llamado Wii (evidentemente para que no salgan de casa), y están todo el día delante de la pantalla de TV, en chándal y sudorosos, moviendo los brazos en el vacío y ensayando posturas tan incomprensibles como ridículas.

La cosa es tan dramática que ahora, las pocas veces que nos encontramos en el bar y comienza a esbozarse algo parecido a una conversación de las de antes, lo más normal es que acabe sonando el iPhone para comunicarles, de parte de un club virtual del que forman parte, que acaban de encontrar una nueva amiga, con foto incluida, dejándome con la palabra en la boca para ponerse de inmediato a analizar el perfil de la susodicha.

En fin, que las nuevas tecnologías estarán muy bien para algunas cosas, pero la cruda realidad es que yo antes tenía amigos, y ahora tengo meras terminales conectadas a un mundo virtual. Aviso: así no vamos a ninguna parte.

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