Bajo el signo de la interinidad
Lo más curioso del año político que ahora acaba ha sido quizá la rapidísima amortización del resultado de las elecciones que, aunque mentira parezca, tuvieron lugar el domingo, 9 de marzo, con un resultado que reforzó la posición relativa de los dos grandes partidos. No había llegado aún el verano cuando el Gobierno había dilapidado ya todo su capital y daba muestras de agotamiento; y no había transcurrido el otoño cuando la oposición vio resurgir a una facción de cobardes que maquinaban en la sombra, según denuncia de la flamante secretaria general. Un Gobierno cansado y dividido, una oposición incapaz de avanzar ni un milímetro en su nueva estrategia: éste es el paradójico resultado de unas elecciones en las que los dos grandes partidos de ámbito estatal ganaron votos sólo para perder al cabo de unos meses la confianza de sus electores, que ya no se creen nada de lo que se les dice.
¿Por qué? Tal vez porque nunca ha estado más lejos el lenguaje de los dirigentes de ambos partidos de la cruda realidad de los hechos. Sólo una muestra entre mil posibles: en enero de 2008, el presidente Zapatero auguraba la creación de 100.000 empleos gracias a una imaginativa deducción de 400 euros del IRPF que había hecho torcer el gesto a su ministro de Economía; en diciembre, la cifra de parados cabalga hacia los cuatro millones y la destrucción masiva de empleo vuelve a ser nota característica de la economía española en tiempos de recesión. La prensa extranjera ha llevado a sus primeras páginas la noticia: The party is over, titulaba hace unas semanas The Economist; La fête est finie, proclama la portada de Le Point, en sendos reportajes sobre España.
Sí, en España, la fiesta se ha acabado y, mientras la oposición gira sobre sí misma, el Gobierno no sabe qué poner en el lugar antes ocupado por la euforia. De momento se ha valido de una coartada: nadie, en el mundo, previó la profundidad de la crisis, ¿por qué habría de preverla el Gobierno español? Mezclando churras con merinas, el Gobierno se ha apresurado a disolver, al menos en el discurso, la recesión española en el maremágnum de la crisis mundial. Todo, menos reconocer que, entre nosotros, las crisis económicas tienen causas endógenas ya seculares -baja productividad, elevado endeudamiento, alta inflación- que provocan efectos devastadores en el empleo. Mientras se mantuvo la orgía constructora, con una elevación insostenible de precios y una rampante corrupción municipal, creció la euforia: éramos los mejor preparados para hacer frente a cualquier crisis. Cuando de la orgía sólo quedó la resaca, y el superávit se transmutó en déficit, el Gobierno pretendió ocultar la realidad bajo un manto de palabras vacías.
Con lo cual, la crisis económica se reduplicó en crisis de confianza: éste no es un Gobierno dotado de un propósito, un discurso ni una política para hacer frente a los problemas que se van amontonando al socaire de la recesión económica. Problemas de competencia en el área económica, desde luego, fruto de una vana táctica de compensación de poderes entre oficinas y ministerios; pero también problemas con la financiación de las comunidades autónomas, algunas en franca rebeldía; con la justicia, ante las amenazas de jueces levantiscos que han perdido la brújula; con el Tribunal Constitucional, incapaz de cumplir en sí mismo la renovación de miembros a la que las leyes y la misma Constitución obligan; con la Iglesia católica, lanzada a una nueva guerra de crucifijos que el Gobierno no ha sabido cortar a pesar de tener a su favor sentencias judiciales; y, en fin, y por no hacer interminable la lista, con el pasado, sin atreverse a lo único en lo que realmente es competente y a lo que está obligado: enterrar dignamente a los muertos.
Vive, si vivir es simplemente verlas venir, a la espera de una sacudida que no acaba de llegar: desde el día siguiente a las elecciones, éste es un Gobierno interino, con fecha de caducidad señalada por el propio presidente cuando dejó bien claro que no era un Gobierno para durar. Interinidad que la crisis económica hace más insoportable, como la situación de los enfermos terminales a los que no se acaba de desconectar los tubos que artificialmente les mantienen en vida. El presidente pospuso entonces la crisis de fondo a favor de una remodelación cosmética, dirigida a ocupar la primera plana de la prensa mundial, chicas y chicos perfectamente maquillados para la foto. Pero, terminada la fiesta y consumida la euforia, el rímel se ha corrido y los ojos del Gobierno miran a ninguna parte mientras la oposición se entretiene mirándose al ombligo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.