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Columna
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De fraudes, timos, timadores y timados

Antón Costas

En un timo, ¿tiene alguna responsabilidad el timado o toda la culpa es del timador? ¿Y en los casos de fraude? En todo caso, ¿tienen alguna responsabilidad las autoridades públicas? Aunque sutiles, hay diferencias entre timos y fraudes financieros que han de tenerse en cuenta a la hora de las responsabilidades. El caso Madoff se acerca más al timo. El caso de Lehman Broder's, al de fraude. Veamos.

Desde pequeño mis abuelos me previnieron contra el timo. Continuamente, me recordaban que "en ningún lugar dan duros a cuatro pesetas", y que debía ir al tanto cuando me ofreciesen una ganga. Supongo que lo que pretendían era advertirme de que si me timaban, la culpa también sería mía.

Ha nacido una nueva economía del fraude ligada al sueldo variable de los ejecutivos. Y ahí, cuando más ética menos se gana

Un timo requiere una cierta complicidad o colaboración entre timador y timado. Ambos saben que cada uno está intentando aprovecharse del otro.

El timador ha de tener dotes de gran embaucador, de mago financiero capaz de engañar prometiendo cosas que no son posibles. Lean estos días las descripciones de las habilidades sociales de Madoff. Sabía que estaba timando. El primer agente del FBI que le fue a interrogar a su piso de Nueva York le preguntó si había alguna explicación inocente. Madoff fue transparente: "No, no hay nada inocente".

Por su parte, el timado acostumbra a estar animado por el deseo -si quieren, llámenle codicia- de participar en una ganga a la que pocos tienen acceso. De una u otra forma sabe que hay algo que no está del todo claro. Pero se deja seducir por las habilidades y las promesas de elevadas rentabilidades.

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¿Cómo una persona razonable le puede confiar su dinero a alguien que, haga frío o calor, vaya bien o mal la economía, le ofrece año tras año el 10% o el 15% de rentabilidad, algo que ninguna otra inversión, ya sea industrial o financiera, no es ni de lejos capaz de dar? Sólo si él también intenta aprovecharse. Miren como describía el editorial de El País Negocios de este domingo pasado los motivos por los que los inversores de Madoff se dejaron embaucar: "La razón no puede ser otra que la presunción por parte de esos inversores de que Madoff disponía de ventajas específicas, no todas ellas conseguidas con juego limpio, sino asociadas a su imagen de gran insider derivada de su antigua posición frente a Nasdaq. De connivencia, también exclusiva, con algunas instituciones".

Pero, ¿cómo es posible que conociendo cómo funciona este tipo de estafas financieras, basadas en el modelo de Ponzi o de la pirámide, haya gente que sigue cayendo en ellas, ya sean pobres o ricos? Quizá porque la codicia acostumbra a dominar sobre el sentido común, y porque las pasiones humanas no distinguen entre pobres y ricos. Doña Branca de Portugal fue el timo de los humildes en el país vecino. El nuestro, el de Fórum Filatélico, de pequeños ahorradores. El de Mr. Madoff es el timo de los más ricos y sofisticados inversores del mundo. Este tiene más impacto mediático porque afecta a gentes con glamour y permite comprobar que los ricos también lloran.

Contra el timo poco se puede hacer. Siempre los ha habido y siempre los habrá. Pedir a las autoridades que lo eviten es como pedirles que la gente deje de creer en la magia y en los milagros. Es imposible. Siempre habrá gentes dispuestas a dejarse embaucar.

Pero el caso Madoff no debería llevar a regular excesivamente los instrumentos de inversiones de alto riesgo. Es bueno que los grandes inversores que quieran arriesgar una parte de su fortuna lo puedan hacer. Muchas de las innovaciones de las que hoy todos nos beneficiamos, como Internet, no habrían sido imposibles sin esos instrumentos. Si les sale bien, gozarán de las mieles del éxito. Pero, a cambio, si pierden, tendrán que llorar en silencio el fracaso sin pedir el socorro público. Ése es el juego.

Sin embargo, hay que separar al gran inversor de riesgo del pequeño y mediano ahorrador que deja su dinero a instituciones financieras para que lo inviertan en su nombre, instituciones en las que confía por estar supervisadas por organismos públicos y privados. Aquí entramos en el terreno del fraude financiero y de las conductas contrarias a la ética que debe imperar en una economía basada en la confianza. La solución no puede ser la misma.

A diferencia del timo, el fraude se produce cuando en un contrato una de las partes abusa de la confianza y la buena fe de la otra eludiendo el cumplimiento de alguna obligación legal; o cuando los encargados de vigilar y supervisar la calidad de los productos no lo hacen. En el caso Madoff da la sensación de que también ha habido elementos fraudulentos de este tipo. De una forma más clara, eso es lo que ha ocurrido con Lehman Broker's y otros caos que hemos visto y que probablemente aún nos quedan por ver.

¿Cómo es posible que nadie se haya enterado de nada? ¿Es sólo un problema de mala regulación o es que ahora hay menos ética en los negocios? Sucede que en las últimas décadas se ha desarrollado una nueva economía del fraude que tiene mucho que ver con los nuevos mecanismos de retribución variable de los altos ejecutivos y personas implicadas en la supervisión (auditoras, agencias de calificación de riesgo, etcétera). Con esos mecanismos, cuando más ética menos se gana. La ética tiene ahora un coste económico. Pero al renunciar a la ética por los ingresos muchas de esas personas no tienen conciencia de estar defraudando. Desde la perspectiva del que lo hace, se trata de un fraude inocente. Aunque no por ello menos dañino para la confianza económica.

Es difícil pensar que podamos mantener los niveles de desarrollo que hemos alcanzado si continua esta economía del fraude inocente. Pero de esto hablaremos en otra ocasión.

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