El precio de una foto
El día que la federación vasca asumió la reivindicación de los futbolistas alineados con las tesis radicales, es decir, el año pasado frente a Catalunya, el Gobierno Vasco se volcó en la Declaración de San Mamés, que venía a ser como un Galeuzka deportivo. La foto de Miren Azkarate, Carod Rovira y Ángela Buxello era algo más que una fotografía para el Palacio de Ajuria Enea. El precio de la fotografía fue conceder a la izquierda radical la filosofía y la dirección de la selección de Euskal Herria de cara al futuro. Aquel día el gobierno vasco, consciente o inconscientemente, entregó las credenciales de un partido que mezclaba la fiesta y la reivindicación al cincuenta por ciento a los defensores de la reivindicación al cien por cien. El debate entre el Gobierno Vasco y la plataforma ESAIT (la traslación deportiva del mundo de Batasuna) ha tenido un tercer protagonista definitivo: la mayoría de los futbolistas vascos (entre ellos todos los del Athletic, seleccionables o no) han decidido hacer huelga si la selección no se denomina Euskal Herria, el nombre adoptado por HB en los pactos de Lizarra para definir su territorio. Ahí se rompió la baraja.
El órdago al nacionalismo democrático era absoluto. El PNV dio marcha atrás y reclamó la denominación de origen. Su socio, Eusko Alkartasuna, empeñado en pescar en el caladero radical, se alinea con los futbolistas y señala que "Euskadi" no representa a la mayoría. Izquierda Unida (el tercer socio) no sabe o no contesta. La confusión es total. Las banderas político-sentimentales son un buen caldo de cultivo preelectoral, una buena señal para marcar diferencias en el corpus anímico sometido a la confrontación política o simbólica permanente.
Los futbolistas, los actores decisivos de esta trama argumental, han firmado por convicción, en unos casos, y por oportunismo o dejación, en otros. El baile de máscaras es absoluto. El sainete de Fernando Llorente luciendo con orgullo la camisola de España, tras haber sido convocado por Del Bosque para el partido amistoso contra Chile, un día después de haber firmado el manifiesto a favor de Euskal Herria (en detrimento de Euskadi) sólo fue comparable a la explicación de ESAIT. Para la plataforma abertzale, que un jugador vasco, de los firmantes de la huelga, quiera jugar con la selección española es algo comprensible y nunca criticable. Entre la parte y el todo, los defensores de la selección vasca se quedan con la parte.
Si los futbolistas han firmado por convicciones ideológicas, los partidos de la selección vasca pueden darse por concluidos. La proximidad electoral tampoco va a acercar las posturas entre los partidos nacionalistas, sino todo lo contrario. Un partido de fútbol ante Irán ha resultado ser un caleidoscopio de la psicología política vasca, tan dada a los excesos, a las campañas de imagen y acostumbrada a defender una cosa y la contraria casi al mismo tiempo. La duda es si los futbolistas han firmado por convicciones ideológicas. La fractura es mayor de lo que los futbolistas piensan. En el caso del Athletic, todos han dado un paso hacia un lado. El crisol de San Mamés se ha roto. Lo han roto.
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