Ciudadanía por la educación
Aquí ya no se sabe hasta cuándo durará la broma, pero de momento le han tumbado al presidente Camps su adolescente idea de dar la asignatura de Educación por la Ciudadanía en un inglés inevitablemente macarrónico, lo que demuestra que una movilización a tiempo supone a veces una cierta victoria. En zonas más templadas en los hábitos democráticos el consejero Font de Mora debería liar el petate y largarse a marear la perdiz a otro sitio, de preferencia alejado de las responsabilidades públicas, pero en vez de eso sigue afirmando que su benemérito propósito consiste en implantar el inglés en nuestro sistema educativo, tal vez incluso en las clases de valenciano. Luego se quejan de las protestas de los afectados, que, en mi opinión, lo mismo que en otros ámbitos, se quejan todavía demasiado poco, como si el reinado de políticos ineptos y financieros de pacotilla se relacionara más con no se sabe qué misterios de la fatalidad que con un repertorio de malas prácticas del que se espera obtener los consiguientes beneficios.
Por otra parte, que viene a ser la misma en su origen, en Grecia muere un joven estudiante por unos tiros de nada de la policía (que el estudiante quizás recibió de rebote, vale: pero ¿a qué policía se le ocurre disparar balas de verdad en medio de una manifestación callejera?), se monta el lío y durante más de una semana se remonta la trifulca callejera en Atenas, que tiene sus réplicas en Francia, Alemania, Madrid incluso, más tibiamente, en Valencia. Los a menudo insoportables comentaristas políticos de las tertulias televisivas se lanzan sobre el asunto como logopedas de presa, y salen a la luz comparaciones odiosas con el mayo parisino, o su contrario, condenas irrenunciables a toda clase de violencia, y demás disputas bizantinas cuya única virtud reside a menudo en el hecho de que se formulan en los confortables platós televisivos y a muchos kilómetros de distancia del epicentro de los acontecimientos.
Decía Marcuse, a propósito de las revueltas estudiantiles americanas y europeas del 68, que si se manifestaban de forma violenta era porque estaban desesperados. Pero, claro, qué nivel de entendimiento real puede esperarse de dicterios como el de una Esperanza Aguirre cualquiera, para quien el Che Guevara era un asesino mientras que Franco sería un libertador que consiguió para siempre la unidad de los españoles muertos en las tenebrosas cavernas del Valle de los Caídos. Y eso los más afortunados, porque de los otros ni se sabe. Lo que sí se sabe, porque está muy estudiado en sesudos tratados de sociología política, es que un malestar difuso entre la población puede concretarse a partir de un acontecimiento único que actúa como catalizador de miles de desdichas, de ahí que en ocasiones un acto de apariencia fortuita se convierta en la esclusa que canalizará en un mismo torrente miles de protestas dispersas hasta ese momento.
Y creo también que algo de esa clase puede repetirse en muchos lugares de Europa a poco que las cosas sigan viniendo mal dadas para los de siempre mientras también más o menos los de siempre dan pelotazos de 50.000 millones de dólares que de pronto se volatilizan. El resumen es que los ciudadanos que tienen algún poder sobre casi todos los demás podrían mostrarse algo más educados, aunque ese esfuerzo contravenga todo el atroz catálogo de sus menguados principios. Han muerto cuatro obreros en Mallorca por el desplome de unas obras sin licencia (Eduardo Zaplana no figura entre ellos, no se inquiete todavía J. J. Ripoll). Nadie dimitirá por eso, para qué. Al menos, algo es algo, los fallecidos no engrosarán las listas del paro.
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