Con placa y pistola
El joven encontró a su vecina en el ascensor. Estaba pálida. Apenas si podía hablar. Le preguntó: ¿te pasa algo? La vecina adolescente señaló con la mano la puerta de la calle y dijo:
-Me ha violado...
El joven no dudó un instante. Salió corriendo y se abalanzó sobre el tipo que salía de la casa. Consiguió inmovilizarlo. No sabía en ese momento que aquel desalmado era un peligroso violador de menores.
Al día siguiente, sobre la mesa de la jefa del Servicio de Atención a la Familia (SAF) de la Jefatura Superior de Policía de Sevilla estaban las diligencias de las últimas detenciones. La inspectora María Soledad Fernández Barrero se detuvo en una. Pensó: ¡Es el mismo de las otras once violaciones!
"El ciudadano quiere ser atendido por un buen policía, sea hombre o mujer"
"Con mas policías, hay mejor control. Pero sin llegar a un Estado policial"
La última víctima confirmó la sospecha. El violador había dicho las mismas palabras en el curso de la violación que en ocasiones anteriores.
-La chica enfermó. Adelgazó 30 kilos y apenas podía andar. Íbamos a su casa a mostrarle fotos de sospechosos. Cada vez que la veía, se me caía el alma.
Pero la inspectora Fernández tuvo su recompensa: demostraron en el juicio que aquel desalmado había cometido al menos ocho de las doce violaciones a menores pendientes. Hoy, la inspectora Fernández recuerda este caso, uno de los que más orgullosa se siente, en su despacho de Jefa de Personal de la Jefatura Superior Policía de Andalucía Occidental.
Lo curioso es que iba para farmacéutica. Al terminar el bachiller, inició los estudios de Farmacia. Un comentario que, de pasada, hizo su padre, cambió radicalmente su vida.
-¡Fíjate, mujeres en la policía! Han convocado oposiciones al Cuerpo Superior y admiten mujeres.
Su padre era policía. Tenía más de 50 años. En palabras de su hija, "era de la vieja escuela". Vivían en el barrio de Los Remedios de Sevilla. Muy cerca del parque de Los Príncipes, que se divisa desde el despacho de la inspectora Fernández. Era una familia de clase media, que salía adelante, como tantas, "con achuchones y estrecheces". El sueldo de 800 pesetas al mes (menos de cinco euros) no daba para lujos.
Aún así, tres de los cinco hijos hicieron carreras universitarias. Los padres eran extremeños. Su regalo de bodas fueron dos billetes de tren a Sevilla, donde ejercía el padre. Todavía los conservan: 260 kilómetros, diez horas de viaje y 139,90 pesetas (84 céntimos de euro). Maria Soledad fue al colegio Santa Ana, de las Hermanas de la Caridad. "Mis padres creían que era la mejor educación que podían darnos; tenían un sentimiento religioso profundo".
-¿Y usted?
-Me habría gustado otro tipo de colegio -dice sonriendo-. Tengo espíritu religioso, pero no practico ni entiendo la religión de la misma forma.
Eligió Farmacia porque le gustaban las matemáticas. Cuando viajaba, en vez de un librito con crucigramas, se llevaba el tocho Elementos de Matemáticas, Álgebra, del catedrático Antonio de Castro Brzezicki. "Me entretenía haciendo derivadas".
Pero hubo algo que terminó gustándole más. Cuando su padre dijo aquello de ¡mujeres en la policía!, tomó nota. Se presentó a las oposiciones y aprobó. Colgó Farmacia en segundo curso. ¿Tenía vocación de policía? "Mi plan era ingresar en el Cuerpo, tener un medio de vida y seguir con Farmacia". Pero una vez en la calle, con placa y pistola, se olvidó de todo lo demás.
Tenía 25 años cuando llegó en 1979 a su primer destino, Málaga. De las 42 mujeres que formaron parte de la primera promoción de mujeres (de un total de 486 aprobados), tres llegaron a la capital malagueña. El comisario jefe les preguntó qué destino querían. La inspectora Fernández pidió el Grupo de Estupefacientes (hoy, UDYCO). "¡Uy, uy, eso es imposible!", exclamó el comisario. El Grupo de Estupefacientes era uno de los más arriesgados. Pocos meses después, la inspectora convenció al comisario: se convirtió en la única mujer del grupo. ¿Era tan peligroso?
-El peligro no se sabe en qué momento aparece -dice con modestia.
Pero el caso es que muchas detenciones se hacían a punta de pistola. La Costa del Sol era ya en los años ochenta paso obligado de droga. "Siempre estabas al pie del cañón". Muchas noches, el incómodo asiento de un coche era su lecho. "El delincuente marca la pauta: si trabaja dos días seguidos para hacer una entrega, no te puedes ir a dormir".
En Málaga permaneció doce años. En el 91 se integra en la Policía Judicial de Sevilla. Tres años más tarde, la nombran jefa del recién constituido SAM (Servicio de Atención a la Mujer; hoy, SAF). "Por aquellos años, ya morían más de cincuenta mujeres a manos de sus parejas. A pesar de todas las medidas tomadas, de las nuevas leyes, esa cifra no desciende". Como tantos otros inspectores, fue enviada "al norte". El norte para un policía es el País Vasco. Estuvo seis meses. Allí es donde pasó más miedo.
Un empresario de Vitoria recibió una carta de extorsión de ETA. Fijaba el día de entrega del dinero. Se montó un dispositivo de vigilancia en la madrugada. Alguien tenía que observar la salida del empresario desde el interior del edificio. "Me tocó a mí. Subía con precaución planta por planta, sin saber lo que me podía encontrar en los rellanos. De repente, se apagó la luz de la escalera. Tuve un poco de miedo".
No habla de cuántas veces tuvo que usar su revolver. Y advierte: "a ver como se cuenta esto, no quiero quedar yo aquí contando batallitas; me daría vergüenza". Tanta que prefiere no hablar de la Cruz al merito policial con distintivo blanco que posee.
Después de 23 años en las calles -"ser policía es estar operativo"-, en 2002 fue destinada al departamento de Gestión. Ahora es jefa de personal de más de mil funcionarios policiales, personal laboral y contratado. Hace un par de años ascendió a inspectora jefe. Solo hay otra mujer con ese nivel en Sevilla.
Aunque ya la mujer no es rara avis, como hace treinta años cuando ingresó en el cuerpo. Ahora forman parte del paisaje.
"No te haces policía para cachear"
La primera institución que reclamó la presencia de la mujer fue la policial. Hace 30 años. No había mujeres ni en el Ejército, ni en la Guardia Civil. "Hoy no se entiende una investigación sin una mujer", dice la inspectora jefe Fernández. ¿Para atender a las víctimas mujeres?
- La mujer no ha ingresado en la policía para cachear a otras mujeres. Lo que quiere el ciudadano es ser atendido por un buen profesional, hombre o mujer.
Los nuevos policías están cada vez mejor formados. Abundan diplomados y licenciados. No hay resquicio a la marginación: los ascensos se hacen por oposición o por antigüedad. Lo más complicado es conciliar la vida familiar, cuando se está "operativa". Una opción es solicitar un destino en oficinas. La inspectora jefe Fernández pasó a esa vía cuando llevaba 23 años operativa.
- Una va cumpliendo años, y dormir en un coche se hace cuesta arriba.
¿Hay suficientes policías? Los políticos, en especial los de derechas, se pasan la vida pidiendo más y más agentes. "Hombre, con más presencia policial, las cosas están mejor controladas". Pero el exceso, asusta a algunos, ¿no?. La inspectora entiende: "Un Estado policial, tampoco, claro".
¿Se parecen los policías reales a los del cine? No. Ni los malos tampoco. Aunque se les revista de un halo romántico, como a Al Pacino en El Padrino. "¡Me ha pasado a mí, con El golpe, la película de Redford y Newman. Me encantó cuando dieron el golpe".
Es más aficionada a la lectura. Ahora relee a Jardiel Poncela. Y a los viajes: el último, a Egipto, el próximo a Nueva York. Pero sobre todo, le encanta cocinar. La sopa de verduras es su especialidad.
Una presencia tradicional, en la cocina, compensada con la excitación de salir a la calle con placa y pistola.
¡A por los malos!
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