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Reportaje:El conflicto afgano

Cambios en la táctica internacional

Los expertos aconsejan unificación del mando y adaptación a la realidad local

Hace ya tiempo que la comunidad internacional admite que las cosas no van bien en Afganistán. La Administración saliente de Estados Unidos está llevando a cabo una revisión de su estrategia que se supone que será coherente con los planes que prepara el presidente electo, Barack Obama. El actual y futuro secretario de Defensa, Robert Gates, declaró el pasado miércoles que la nueva estrategia será "una alta prioridad" de la Administración de Obama. Y la todavía secretaria de Estado, Condoleezza Rice, aseguró el viernes que la revisión de la estrategia de Bush está ya casi terminada y va a ser discutida con los aliados, aunque no dio detalles sobre su contenido.

El Gobierno español está también pendiente de esa revisión para definir su postura ante Afganistán, según confirmó la ministra de Defensa, Carme Chacón, el 17 de noviembre en el Congreso, al reclamar "un cambio de rumbo" en las operaciones en Afganistán. El Gobierno español parece cada vez más atrapado entre la creciente impopularidad de una guerra que hace menos de un mes se cobró la vida de dos militares españoles en un atentado suicida y las presiones para que aumente su presencia y sus riesgos en la zona.

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El Consejo Internacional de Seguridad y Desarrollo cree que la comunidad internacional ha de plantearse tres objetivos en Afganistán: crear estabilidad en su gobernanza, fomentar la prosperidad y establecer un clima político y económico amistoso. Para ello, se deberían aplicar cinco principios genéricos:

1. Una nueva teoría contrainsurgente. Utilizar cada vez más fuerzas musulmanas en el marco de la ISAF para convencer a los afganos de que los talibanes pueden ser derrotados. Acercar la estrategia militar al ámbito local, combinando instrumentos de seguridad tradicionales con instrumentos de seguridad no violentos.

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2. Instrumentos no violentos. La ayuda económica y humanitaria debe estar en el corazón de la planificación militar, así se reducirían las tensiones que crea la presencia internacional. Un elemento clave es minimizar las grandes operaciones que provocan víctimas civiles.

3. Invertir la pirámide. El intento de imponer la democracia desde arriba ha fracasado. Hay que darle la vuelta a la pirámide y empezar la democracia en el ámbito local, mediante iniciativas basadas en la comunidad y adaptadas a la realidad local.

4. Unidad de mando. La unidad de mando de las fuerzas aliadas es capital, aunque difícil en una fuerza formada por 40 países. Los cuarteles generales civiles y militares deben integrarse horizontal y verticalmente. Los distintos intereses nacionales deben supeditarse a las necesidades de Afganistán.

5. Coordinación civil y militar. Hay que buscar un nuevo equilibrio entre los esfuerzos militares y humanitarios. Las agencias civiles han de entender mejor el papel que pueden jugar los militares en la reconstrucción del Estado.

Esas propuestas parecen bastante en línea con las planteadas hace unos días por el ex Alto Representante europeo en Bosnia, Paddy Ashdown, y el ex consejero del Ministerio Antidrogas del Gobierno afgano, Daniel Korski, en un sombrío artículo conjunto en este diario en el que piden a la comunidad internacional que no se marche de Afganistán.

Tras admitir que seguirá habiendo talibanes, señores de la guerra, drogas y corrupción, defienden que el impacto de esos condicionantes se puede reducir si a la acción militar se suma una gobernanza "que tendrá que responder a las tradiciones afganas y adaptarse a lo realmente factible". "Hay que abandonar la idea de que podemos convertir Afganistán en un Estado bien gobernado que respete la igualdad entre los sexos y los derechos humanos a la manera europea (…). El límite de lo factible es un Estado mejor gobernado, no necesariamente bien gobernado".

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