El Madrid necesita medidas urgentes
El conjunto de Schuster, al que le puede la ansiedad, cae frente al Sevilla pese a su esforzada segunda parte
La institución es un volcán. La gente no aguanta más, atiza la hoguera en las asambleas, tira de pañuelo en Chamartín y se amotinaría en La Castellana si pudiera. El club, el equipo, sus jerarcas, sus opositores... Todos han tocado fondo. Hoy, el Madrid es un cuadrilátero atascado con riñas en todos los rincones. No supo digerir el éxito de las dos últimas Ligas. El presidente se mantuvo en campaña, el director deportivo veraneó complacido y el técnico se enfurruñó con el universo, el pan y los peces. El vestuario, mientras tanto, no tuvo verbo, ajeno a la gravedad del fútbol, en el que los campeones envejecen al día siguiente de bajar del trono. Con tanto ensimismado, el Madrid es un polvorín. Los títulos no sedujeron lo suficiente, lo que no entendieron los rectores, que borraron, por ejemplo, el paso de Van Gaal por el Camp Nou. En medio de la tormenta, el único sostén de la entidad, el primer equipo de fútbol, se ha despeñado y, a una semana de visitar al hedonista Barça, el Madrid transita a nueve puntos cuando todavía no ha llegado el parón invernal. El equipo fracasó ante el Sevilla, que desfiló por el Bernabéu con los tacos afilados y mucha atención. Más que suficiente.
REAL MADRID 3 - SEVILLA 4
Real Madrid: Casillas; Salgado, Sergio Ramos, Cannavaro, Marcelo (Bueno, m. 86); Guti, Gago, Van der Vaart (Drenthe, m. 46); Higuaín, Raúl y Robben. No utilizados: Dudek; Antón, Metzelder, Javi García y Saviola.
Sevilla: Palop; Konko, Squillaci, Escudé, Navarro (Dragutinovic, m. 96); Duscher, Romaric (Fazio, m. 75); Navas, Renato, Adriano (Capel, m. 71); y Kanouté. No utilizados: Varas; Mosquera, Pukki y De Mul.
Goles: 0-1. M. 3. Adriano. 1-1. M. 18. Raúl. 1-2. M. 21. Romaric. 1-3. Kanouté. 2-3. M. 66. Higuaín. 3-3. M. 68. Gago. 3-4. M. 85. Renato.
Árbitro: González Vázquez. Expulsó por doble tarjeta amarilla a Robben (m. 76). Amonestó a Marcelo, Navas, Escudé, Kanouté, Navarro, Gago, Renato y Guti. Los madridistas Robben (por la roja) y Marcelo (por acumulación de tarjetas) se pierden el partido contra el Barcelona del próximo sábado.
65.000 espectadores en el Bernabéu.
Nadie discute a los blancos su empeño, sí su arqueológica puesta en escena
Les falta orden porque tienen un alineador, no un entrenador
Al Madrid le puede la ansiedad, le sobran varios puntos de excitación. Tiene un espíritu fantástico, le sobra corazón; pero le falta orden porque tiene un alineador, no un entrenador, y cuando se mueve a arrebatos, como le sucedió anoche, sus duelos se convierten en una ruleta rusa. Frente al cuadro de Manolo Jiménez, buscó el cuerpo a cuerpo. El edén para el Sevilla, al que le van los encuentros con lija, que se mueve como pocos en las trincheras.
Para contrarrestar la vitalidad de Robben en los primeros segundos el conjunto andaluz no precisó de antídoto alguno. En estos tiempos madridistas, hasta Casillas es un chollo. A la primera internada de Navas, el meta fumigó unas cuantas avispas y Adriano embocó. Un gol de chufla que definitivamente extravió al Madrid, tan vitalista como confuso. Nadie era capaz de dar un poco de sosiego; y el Sevilla, encantado con la refriega. Ni siquiera el empate de Raúl templó al equipo local, que, lejos de sedar el partido, sufrió una sobredosis de adrenalina, quizá porque ya no le queda otro argumento. El vértigo superaba a chicos como Higuaín y Van der Vaart, fuera de foco toda la noche, y multiplicaba el tajo de futbolistas como Gago. Tan desbocado estaba el Madrid, tan poco trabajado está el equipo, que quiso desactivar una falta lateral favorable al Sevilla con Robben de escolta de Romaric. Un disparate mayúsculo que le hizo pagar el cuadro andaluz. Dos remates, dos tantos sevillistas con el favor local.
No es que el Madrid estuviera un peldaño por debajo de su rival, sino que su comportamiento como un grupo de becarios superados por el temporal dio carrete al Sevilla. Por falta de diván, el Madrid se olvidó de la evidente superioridad de Robben por cualquiera de los dos costados o de la plenitud de Guti para ejercer como ancla de todos.
La reacción del Sevilla no fue mejor. Nunca quiso gobernar la cita, no supo aprovechar los desvelos madridistas y quiso medirse al Madrid con sus mismas armas. Jugó con fórceps. Olvidó que en Chamartín hace un siglo que prevalece un gen, el que permite al Madrid no rendirse casi nunca, y mucho menos por las bravas. Dislocado y angustiado el grupo de Schuster, resulta que al Sevilla le dio un ataque de conservadurismo y mereció llevarse una zurra. Nunca se encogió el Madrid, furioso hasta el final. No sólo le remontó hasta igualar el marcador, sino que mereció mucho más. A golpe de riñón, en el segundo acto, el conjunto de Concha Espina fue un huracán. Con Robben y con diez, cuando el holandés se fue expulsado por un ataque de histeria ante el árbitro. Por ímpetu, el Madrid convirtió la contienda en un infierno. Emergió ese equipo impermeable a las vicisitudes, el irreductible, ése que no se arruga jamás, al que se le achica el abismo. A punto estuvo de pagarlo el Sevilla, arrastrado a un enfrentamiento sin riendas. Un cabezazo de Renato, con Robben sancionado, le devolvió al trono cuando el partido ya era un enredo total, un disparate de ida y vuelta. El Madrid falleció en la orilla tras un esfuerzo descomunal, una forma de maquillar sus infinitas carencias. Nadie podrá discutirle su empeño, sí su arqueológica puesta en escena. A día de hoy, no da para más. Está en urgencias. El coraje ya no le basta. Necesita cirugía. En los despachos y el banquillo.
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