Las fosas comunes y los jueces
Si yo voy paseando por el campo con mi perro y mi colega me trae un hueso en la boca, o le veo desenterrando algo y resultan ser restos humanos, aviso a la policía, ésta al juzgado y se monta un dispositivo para identificar los restos y aclarar el suceso que hay detrás. Y esto no caduca, aunque se traten de restos de un neandertal. Entonces, ¿por qué parece que si los restos son de fusilados del último lustro de los años treinta la mayoría de los jueces miran para otro lado y ni abren el caso?- Fernando Parra. Madrid.
Yo tampoco, como en los versos de León Felipe, he tenido un abuelo que ganara una batalla, pero en cambio sí que tuve un abuelo que murió en aquella ignominiosa guerra de Marruecos, en 1924, y cuyo cuerpo debe estar sepultado entre Sania y la posición del Zoco-Arbaa. Quizá algún día recorra aquellos parajes y rinda homenaje a la memoria del abuelo que no conocí, y que seguirá yaciendo en tierra extraña y en lugar desconocido para siempre. Porque incluso aunque supiera el paradero de su tumba, allí se quedaría, reposando en paz, y ése sería el homenaje más digno a su memoria y más acorde con nuestro amargo pasado. Dicho esto, es evidente que coincido plenamente con el excelente artículo de Santos Juliá, Lugares de la memoria, y apoyo su idea de que García Lorca, Machado y Azaña deberían permanecer en el lugar al que el destino -cruel e inmerecido- les llevó: el barranco de Víznar, Colliure o Montauban deben seguir siendo aldabonazos en nuestra memoria histórica.
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