Emergentes, ¿vana esperanza?
Los países emergentes han pasado de ser considerados como un factor de apoyo para mantener la actividad, frente a la ralentización centrada en los países de la OCDE, a ser penalizados con un incremento notable de su prima de riesgo (EMBI spread), hasta niveles no vistos desde el año 2002. ¿Ha habido un cambio tan significativo de los fundamentos económicos que justifique esta involución? ¿Qué hay de la economía política de lo posible en Latinoamérica? ¿Han frustrado los inversores internacionales todo el esfuerzo realizado en los últimos años?
La respuesta a esas preguntas es que no, con diversos matices. La crisis está poniendo de manifiesto las discrepancias que existen entre países emergentes. Su complejidad hoy es otra. Se acabó la uniformidad, y el mercado así lo percibe. El castigo no es común, ni por países, ni por regiones: mientras la prima promedio que deben pagar los emergentes se sitúa muy por debajo de los máximos vistos en la crisis de 1998-1999 (próxima a la mitad, para ser más exactos), la dispersión (desviación típica) entre países es prácticamente la misma. Ello supone un cambio cualitativo en el trabajo de los analistas de la región: se precisa un rigor analítico para diferenciar entre la paja y el heno que no era preciso hace unos años. El esfuerzo es mayor para presentar las diferencias entre países sin entrar en sus minucias.
Se acabó la uniformidad, y el mercado así lo percibe. El castigo no es común, ni por países, ni por regiones
Un punto de partida para realizar tal análisis son las variables estructurales que definen a un país: económicas y financieras, pero también institucionales y geopolíticas. Desde hace ya tiempo existe una cantidad significativa de información de las primeras. Pero, además, el Banco Mundial ha hecho un esfuerzo notable por incrementar el abanico disponible de las segundas en los últimos años: ahora están los indicadores Doing Business, de buen gobierno, etcétera.
Con las herramientas estadísticas adecuadas entonces se hace relativamente sencillo realizar una comparativa (por informal que sea) entre países. Así es posible conocer, por ejemplo, si las valoraciones de riesgo soberano que las agencias de calificación crediticia conceden se ajustan a los fundamentos por país. Si la estimación difiere de la oficial, es una señal clara de cuál va a ser la evolución futura del rating de un país. Ello nos lleva, por último, a realizar previsiones de qué países se encuentran mejor o peor posicionados para afrontar la desaceleración del ciclo global.
En el presente, Brasil y Chile han hecho sus deberes (el segundo, hace ya mucho tiempo) y es previsible que, una vez se recupere la crisis, vuelvan las cosas a su cauce. Por el contrario, los países de Europa del Este son los que presentan un perfil más vulnerable en la medida que sus fundamentos estructurales se encuentran muy deteriorados. Su abultado déficit por cuenta corriente y fiscal supone una mala combinación en el contexto actual. Prueba de ello ha sido la reciente revisión a la baja del rating de Bulgaria y Hungría por la agencia de calificación crediticia Fitch, y de Rumania por Standard & Poor's.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.