El difunto es un vivo
Nadie podrá acusar de falta de interés por sus pacientes a numerosos médicos de familia que ejercen en Sicilia. De hecho, su dedicación es tan superlativa que han seguido cuidando a sus enfermos incluso después de muertos. En algunos casos después de llevar 20 años enterrados, como ha puesto de relieve la policía de Finanzas al tirar de la manta de la que puede ser una de las estafas masivas más surrealistas de nuestros días. Un timo a las arcas del Estado cuyo montante provisional es de 14 millones de euros, pero susceptible de multiplicación, porque la investigación es todavía incipiente y poliédrica.
Sicilia es tierra de imaginación fértil. La literatura y el cine ambientados en la isla italiana nos habían puesto hace mucho tiempo sobre la pista. Pero el caso de los galenos que mantenían (o todavía mantienen) vivos en sus registros a pacientes fallecidos, a los que prescribían imaginarias pruebas y por los que mensualmente cobraban (o cobran) de la Seguridad Social, es una nueva vuelta de tuerca a esa acreditada exuberancia mental. Y antes que el ardid de algunos aprovechados decididos a redondear su nómina por cualquier procedimiento, parece más bien el andamiaje de un robo en toda regla a la Seguridad Social. Un robo armado pacientemente durante años no sólo al calor de la falta de escrúpulos de los médicos participantes, sino, sobre todo, aprovechando el caos administrativo, la desidia y la corrupción política tan firmemente arraigados en la isla sureña.
Como siempre sucede en estos casos, cada uno de los organismos implicados se sacude -nunca más apropiadamente- el muerto de encima. Los médicos acusan de ineficacia estadística a los ayuntamientos y éstos culpan a la Administración regional. Y la policía a todos y a ninguno, puesto que la investigación sigue en marcha y todavía no hay acusaciones formales. No se ha producido, que se sepa, ningún clamor por la magnitud y las características del tinglado sanitario siciliano. La aparente indiferencia general sólo ha sido rota por la resignada voz de un diputado cristiano, que ve en este bello negocio un reflejo alarmante de la falta de valores colectiva.
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