Visita al archivo universal
La exposición Archivo universal es inabarcable, pues reúne cerca de 2.000 imágenes, plasmadas por 250 autores, muchos de ellos inscritos en el canon de la historia de la fotografía. Ocupa dos plantas del Macba. Lo sensato es visitarla más de una vez. Yo me decidí el otro día, el mismo día que la portada de Le Monde la reseñaba elogiosamente. Le pedí a Anna Oswaldo Cruz que me acompañase por esta exposición abrumadora. Anna es una fotógrafa de orígenes austriacos y brasileños que estudió en Brasil, Estados Unidos y Alemania y en otros países antes de recalar, en 1990, en Barcelona. Aquí se ha quedado, aquí se hizo un nombre por sus retratos de escritores de esta y otras ciudades, que luego aparecieron reproducidos por todas partes. Creo que ella siempre ha privilegiado el género del retrato, y sin embargo hace unos tres años, como consecuencia de cierta experiencia traumática, lo abandonó y enfocó la cámara lejos de los rostros humanos. En vez de ellos se fijó en las plantas, con un propósito formalista y con una objetividad próxima a la contemplación. Hace poco ha expuesto en la galería Kowasa esos sencillos pero estudiados bodegones de sugerencias antiguas, como el catálogo de un botánico. Son fotos muy elegantes y muy silenciosas. Simultáneamente desde la ventanilla de un coche en marcha ha ido realizando otra serie, Transitar, que plasma paisajes borrosos, y cielos de nubes movedizas, y enramadas jeroglíficas, e hileras de árboles movidos. Claro que lo que se mueve, lo que es borroso, movedizo e impreciso es el ojo del fotógrafo o sea del espectador. Ahora Anna Oswaldo Cruz ha vuelto al retrato, a una especie de indagación etnográfica de tipos invariablemente remotos, en este caso del Priorat y del interior del Estado de São Paolo...
Estábamos paseando el Macba y comprobamos que no había ni una sola fotografía de Sebastião Salgado. Esto le pareció una buena señal: "Me gusta mucho el jazz" me explicó, "pero no me interesa la música de Keith Jarret, que toca todo el rato para exhibir lo bien que toca. Y así es Salgado, para mí". Por el contrario elogió la actitud ante el modelo de Walker Evans, el fotógrafo de la Gran Depresión, del que veíamos sus retratos en el metro de Nueva York. Gente ahogada en las emulsiones y líquidos reveladores, fotos robadas pero que por respeto humano Evans guardó sin publicar durante 20 años.
Muy cerca, junto a la serie de paisajes e iglesias mexicanas alzándose hacia los cielos barrocos de Juan Rulfo (el autor de Pedro Páramo fue un fotógrafo excelente), se exponen, maliciosamente encaradas, las famosas fotos de tipos y profesiones alemanes de August Sander que tanto disgustaban a Hitler y las de los obreros y pescadores de Vizcaya de José Ortiz Echagüe. Al contrario del acercamiento franco y natural del alemán, Ortiz Echagüe quería dignificar y realzar a sus modelos, dotarlos de un aura épica que en su tiempo le granjeó una popularidad internacional y que hoy resulta algo irritante por su artificiosidad: "La mala fotografía suele tener algo facha o por lo menos manipulador", comentó Anna.
A propósito de los fotógrafos invitados por el museo a retratar fenómenos de la Barcelona actual, que constituyen una exposición dentro de la exposición, ella celebraba que no se hubiera elegido a los nombres de siempre y que no se hubiera atendido tanto a la excelencia técnica como a la sugestión expresiva. Me hizo fijarme en la serie de Ahlam Shibli sobre la simbiosis entre ancianos barceloneses y sus servidores o cuidadores extranjeros, inmigrantes suramericanos. Yo al mirar esas imágenes me llevé la sorpresa de reconocer a alguno de los ancianos. (¡Anda, no sabía que el señor Tal tuviera ya su peruano! ¡Pero si está hecho un chaval!). Las caras y las poses de sus servidores son un poema de la paciencia, de la resignación, de la reserva.
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