El mejor del planeta
Tuve una devoción extrema por Jeff Beck. Me compré singles raros por sus caras B, conseguí costosos lanzamientos japoneses, locuras. Con Xavier Patricio Pérez, antes de que se convirtiera en el rumbero Gato Pérez, desarrollamos un simple test para comprobar si éramos compatibles con la sensibilidad rockera de otras personas. Consistía en preguntar qué guitarrista de los que pasaron por The Yardbirds poseía mayor peso específico. Si la respuesta era Eric Clapton, mal. Si decían Jimmy Page, peor.
Había que optar por Jeff, naturalmente. En The Yardbirds y en las primeras entregas del Jeff Beck Group, mostraba extraordinaria fantasía, deleite por las posibilidades sónicas de su instrumento, una chulería que ridiculizaba los tormentos de Clapton sobre su dirección musical. Aquí interpolábamos otra información: era Beck quien destrozaba su guitarra en una escena de Blowup, la enigmática película de Antonioni que se desarrollaba en el "swinging London".
El mejor rock necesita un contexto, voluntad de transmitir, conflicto
Sabíamos, además, que Page recicló fórmulas y repertorio del Jeff Beck Group cuando fundó Led Zeppelin. Además, Jimmy plagiaba sin pudor a viejos bluesmen y jóvenes folkies. No era digno de nuestra devoción.
Tampoco Beck, ay, correspondía a nuestra pasión. De hecho, mostraba una suprema displicencia. Parecía dedicar más energías a su colección de coches vintage que a la música. Prometía maravillas y nos frustraba: el disco que grabó con la gente de Motown se quedó en los archivos, hundido por el choque entre el capricho y la realidad.
También desperdició su colaboración con Steve Cropper: el inglés era demasiado altivo para adaptarse. Se deslizaba hacia lo que entonces se llamaba jazz-rock y ahora se conoce como fusión. Cambiaba el tono carnoso de la Gibson Les Paul por la punzante pirotecnia de la Fender Stratocaster.
¿Qué puedes hacer cuando eres -quizás- el máximo virtuoso en tu campo? Discos de exhibición. Beck ha probado con productores de lujo: George Martin, Nile Rodgers, Arthur Baker. Se ha emparejado con teclistas inflados como Jan Hammer. Intentó humanizar los ritmos del techno. Tuvo caprichos como Crazy legs, su aséptico homenaje a Cliff Gallup, el acompañante de Gene Vincent. Y en todos esos trabajos había alguna joya, como me han hecho ver Jaime Stinus y otros amigos guitarristas.
Pero la sensación general es la de esterilidad. El mejor rock necesita un contexto provocador, una voluntad de transmitir, un poco de conflicto. En las últimas obras de Beck encuentras a un grupo de músicos encantados de haberse conocido. Comunican sus pasmosas habilidades pero no tienes la sensación de que exista otro mundo fuera de sus olímpicos parajes. Cuando Beck se ha reunido con Rod Stewart, el antaño tímido vocalista del Jeff Beck Group inicial, el resultado ha sido mecánico.
Lo percibí el pasado año, cuando actuó por España. Lo confirmo con su último disco, Performing this week... live at Ronnie Scott's (Eagle-PIAS). Cuenta con unas notas vibrantes a cargo de Charles Shaar Murray, crítico convincente. Asegura Charles ser refractario al rock instrumental pero hace una excepción con Beck: "Cuando le escucho, siento que estoy escuchando a un cantante". Se refiere a sus lecturas del A day in the life, de Lennon & McCartney, y Cause we've ended as lovers, de Stevie Wonder. Disiento: "decir" la letra con un instrumento es un truco antiguo, en el que se especializaron tocadores de órgano o de sintetizador. Alardes técnicos para dejarnos boquiabiertos, como algunas entradas del Libro Guinness. No puedo dejar de respetar a Jeff Beck pero hoy sospecho que nos equivocábamos al preferirle a Clapton o Page.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.