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Crisis mundial | La posición española

Zapatero llega a la cumbre del G-20 con el objetivo de permanecer

Bush recibe por primera vez al jefe del Gobierno español en la Casa Blanca

Miguel González

Fue el noveno jefe de Estado que estrechó la mano del presidente George Bush en el 1.200 de Pennsylvania Avenue, Washington. Por fin, y después de que durante cuatro años el mandatario estadounidense evitara recibirle, el presidente José Luis Rodríguez Zapatero pisaba por vez primera la Casa Blanca. Eran las 18.39 de ayer (seis horas más en Madrid). Intercambiaron unas pocas palabras y se dieron un apretón de manos que pareció cordial, pero mucho menos efusivo que el saludo con el que obsequió Bush a otros invitados a la cena previa a la cumbre financiera de hoy. Fue el caso del italiano Silvio Berlusconi.

A poco más de dos meses de que deje el cargo, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, no ha tenido más remedio que recibir a Zapatero. Es una consecuencia sobrevenida de la participación del presidente español en la cumbre del G-20 (en realidad G-22, con España y Holanda), fruto de una intensa campaña diplomática y de su empeño personal.

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En el encuentro, a las puertas de la Casa Blanca, Zapatero tenía el semblante sereno y mostraba su tradicional sonrisa más atento a los fotógrafos que a su anfitrión. Bush salió a recibirle a la puerta al igual que a los demás invitados. El jefe del Ejecutivo español llegó inmediatamente después del primer ministro turco, Tayyip Erdogan, y antes del presidente ruso, Dmitri Medvédev.

Tras la foto, pasaron al interior de la Casa Blanca, en cuya ala este Bush ofreció una cena a todos los mandatarios asistentes a la cumbre financiera internacional que se celebra hoy. En el brindis, el presidente estadounidense reiteró su defensa del libre mercado al señalar que es "el camino más seguro hacia el crecimiento" económico e hizo un llamamiento a "todas las naciones a rechazar las llamadas del proteccionismo, colectivismo y derrotismo".

Como todo lo que rodea la cumbre, tanto las medidas de seguridad como el protocolo estaban cuidados hasta el detalle. Zapatero se sentó a la mesa entre la canciller alemana, Angela Merkel y el primer ministro holandés, Jan Peter Balkenende.

Más laborioso ha sido negociar la organización de la mesa de hoy. En torno a Bush, como anfitrión, se sientan 25 delegaciones, cada una con dos sillas en primera fila y otras dos detrás, salvo cuatro organizaciones internacionales (ONU, BM, FMI y Foro de Estabilidad Financiera), con un asiento por fila.

A partir de ahí, comienza el encaje de bolillos: el jefe del Estado francés y presidente de turno de la UE, Nicolás Sarkozy, que cedió a Zapatero los cuatro puestos de Francia, miembro del G-7, ha dejado un asiento en primera fila al primer ministro holandés. A su vez, a petición de Sarkozy, Zapatero, que tendrá a su lado al vicepresidente económico, Pedro Solbes, ha cedido una silla en segunda fila al viceprimer ministro checo, Marek Mora, que se sentará junto al secretario de Estado de Economía, David Vegara.

Aunque parezcan irrelevantes, estos gestos son importantes para el principal objetivo que trae Zapatero a Washington: consolidar la participación de España en el G-20 y evitar que su presencia entre los líderes mundiales sea un hecho puntual. El jueves, el secretario del Tesoro, Henry Paulson, se reunió con los responsables económicos de las delegaciones, pero sólo convocó a los socios del G-20. Sin añadidos.

El diario conservador francés Le Figaro aseguraba ayer que, cuando Sarkozy logró que Bush diese luz verde a la presencia de Zapatero, éste le dijo al presidente francés: "¡Pídeme lo que quieras!". Portavoces de La Moncloa lo negaron rotundamente ayer. Pero lo que nadie duda es que la tarea no fue fácil y que EE UU se resistía a ampliar la lista de invitados. La fórmula que se pactó el pasado día 7, al término del consejo extraordinario europeo de Bruselas, fue que la representación de la Unión Europea en la cumbre estaría integrada por cinco países: Alemania, Francia, Reino Unido, Italia y España, aunque los cuatro primeros no lo necesitaban, pues son miembros de pleno derecho del G-20. Por eso, delante de la delegación española habrá un cartel con la inscripción "EU-Spain", como ante la de Alemania pondrá "EU-Germany", etcétera.

Para consolidar su presencia en el G-20, España intentará tener representantes en los grupos de trabajo que está previsto poner en marcha a partir de hoy para abordar aspectos específicos de la reforma financiera. Además, tratará de asegurarse un puesto en la próxima cumbre que, según la propuesta de la Unión Europea, debe celebrarse en un plazo de 100 días. Es decir, a final del mes de febrero y con la Casa Blanca ya ocupada por el presidente electo de EE UU, Barack Obama, que deliberadamente se ha querido mantener al margen de la reunión de hoy. El problema es que aún no se sabe quién convocará esa reunión. Lo lógico, según las fuentes consultadas, es que se celebre en Europa.

El anfitrión podría ser la Unión Europea, cuya presidencia corresponderá entonces a la República Checa (y de ahí que España le haya cedido un asiento), o al Reino Unido, que ostentará la presidencia del G-20. El ministro de Exteriores de Brasil, Celso Amorim, señaló ayer que "sería natural" que la futura reunión se celebrase en Londres. España prefiere al británico Gordon Brown, no sólo por su afinidad con Zapatero, sino porque defendió públicamente su presencia en la cumbre de Washington y eso facilitaría que repitiese en la próxima cumbre.

El presidente Bush toma de la mano a Silvio Berlusconi a su entrada ayer a la Casa Blanca.
El presidente Bush toma de la mano a Silvio Berlusconi a su entrada ayer a la Casa Blanca.AFP

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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