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Rivera recorre la memoria política de la izquierda en Álava

"Es una cultura de la igualdad social", destaca el historiador y parlamentario

Desde el liberalismo ilustrado de los años sesenta del siglo XIX, representado por Becerro de Bengoa, hasta la cultura autónoma de los ochenta de la centuria pasada, herencia de los sucesos del 3 de Marzo, caracterizada por el grupo Potato, el historiador y parlamentario socialista Antonio Rivera recorre la historia de la izquierda en Álava en su último libro, La utopía futura. Las izquierdas en Álava (Editorial Ikusager). "Es una mirada generosa, en el mejor sentido de la palabra, que no reivindica la izquierda desde el punto de vista de clase, sino desde la concepción de la cultura política de la igualdad social", resume.

Catedrático de Historia Contemporánea de la UPV, Rivera ha vivido en primera línea militante, antes en el movimiento libertario y ahora como parlamentario del PSE, la vida política en Álava en las últimas décadas. La idea de la obra surgió en torno al centenario del partido socialista en Álava, que se convierte en un proyecto más ambicioso tras ver "el desconocimiento de la cultura de izquierdas, en general" por quienes se reclaman de esa tradición. "En la sede del PSE se muestra un cartel dedicado a Antonio Amat como fundador del socialismo alavés, cuando el PSOE llevaba en Vitoria décadas. Eso me llevó a historiar las izquierdas", dice.

"El escenario alavés es muy interesante para analizar toda la evolución política"

De paso, el proyecto ha incorporado la historia de las derechas y del nacionalismo en la provincia, con otros sendos textos que se editarán en breve. "El escenario alavés es muy interesante para analizar la evolución política en todos sus ámbitos", comenta. "Por ejemplo, la evolución del movimiento obrero en Vitoria es más parecida a la de Madrid y otras ciudades de España, que a Bilbao, donde sí que fue singular". Se refiere así al impulso que vivió la capital vizcaína, que contaba con la misma población al final del XIX que Vitoria. "Bilbao despega industrialmente, mientras que las clases dirigentes de Vitoria la prefieren rentista, ciudad de militares y religiosos", indica.

"Lo normal es lo que ocurre en Álava: que convivan expresiones políticas diferentes en el movimiento obrero. Es todo mezcla, más mestizo, sin que haya una dirección clara", explica el historiador. De este modo, la debilidad de las izquierdas, del republicanismo burgués al anarquismo resulta característica de toda su historia. Se salva el PSOE, según Rivera, porque aunque no cuenta con muchos afiliados tiene una estructura sólida. "Tomás Alfaro, un republicano nada revolucionario, sólo salva de la crítica al PSOE, en las elecciones en la República, porque con una militancia exigua, que no llega a 50 afiliados, consigue tres concejales".

Tras la guerra civil, durante la dictadura franquista, la izquierda desaparece, pero llega la Iglesia para tomar el relevo en las reivindicaciones sociales. "En los años sesenta, el elemento más peligroso para el régimen fue la Iglesia católica", apunta Rivera. Los curas vascos, influenciados por la tradición socialcristiana de Bélgica e Italia, comienzan a organizar la vida en los barrios de aquellos inmigrantes que llegaban a trabajar en las fábricas de la capital alavesa. "No nos engañemos. Fue una reacción defensiva ante la llegada de la inmigración, porque vieron que se podía vulnerar el statu quo. Se dijeron: 'Vamos a integrar a estas personas para que no se desvinculen de la Iglesia".

Hasta que los obreros comienzan a organizarse y llegan los sucesos del 3 de marzo de 1976, cuando la policía mata a cinco trabajadores que participaban en una asamblea en una iglesia en el barrio de Zaramaga. "Lo del 3 de Marzo en Vitoria es muy difícil que hubiera pasado en Vizcaya, donde la poderosa organización obrera habría encauzado el descontento. El caso de Vitoria es un ejemplo de lugares en que no hay organización obrera y triunfa la asamblea", explica. Los tiempos han cambiado, pero Rivera se queda en su libro en la euforia de los ochenta, antes del desencanto. Elude cualquier comentario de la actualidad: "Es que soy historiador, no periodista", concluye.

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