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Columna
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El color del 'lehendakari'

No es que lo esté esperando para las próximas elecciones, ni que quiera traer aquí la figura de aquel lehendakari de color -viva la corrección política, como si el blanco no fuera también un color- que aparecía con toda guasa en la película Airbag. Uno sabe que a nuestra realidad no se le puede pedir imposibles. Menuda se ha armado con la visita de Mariano Rajoy a San Mamés; como para pensar siquiera que vaya a darse aquí la noticia de tener un lehendakari negro. Pero también lo de Obama era un imposible hace pocos años en Estados Unidos, de la misma forma que, décadas antes, la película Adivina quién viene esta noche no era más que una benevolente ficción. Y ahora entra por la puerta un presidente de color.

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Aquí, en este viejo pueblo de siete mil años, lo sucedido en Estados Unidos da sana envidia

La elección de Obama, que supone mucho más que venir a cenar a casa, sólo se produce en el país del capitalismo, del imperialismo y de la opresión. Nosotros, que somos demócratas desde el Fuero Viejo de Vizcaya, por no decir de toda la vida, no sólo no podríamos tener a corto plazo un lehendakari negro, sino -lo que no mejora la cosa- tan mal o peor se vería a uno que no fuera "de aquí"; es decir, que no fuera nacionalista. Es más, por parte de los guardianes de las esencias patrias se preferiría que fuera un negro abertzale, por ejemplo, uno de esos ciudadanos africanos que faenan en pesqueros vascos, antes que un vasco españolista. Pero los estadounidenses, nos dirán los escépticos, hacen eso por cuestión de imagen: no lo hacen de verdad, no se lo crean, es otro tigre de papel, un bluf de la CIA; al fin y al cabo, Obama sólo es café con leche.

Pero no valen peros ni matizaciones interesadas. Los que por edad recordamos los acontecimientos de la lucha por los derechos civiles de la población negra en los Estados Unidos, a Luther King, Malcolm X, el Ku Klux Klan, la guerra del Vietnam, el asesinato del presidente Kennedy, etcétera, reconocemos el mérito de una sociedad capaz de asumir la presencia negra en su seno y otorgar el cargo más importante no sólo de su país, sino de todo el mundo, a un negro. En el colegio, cuando era niño, me impresionó una vivencia: el padre de un alumno, militar y facha, le reprochó al fraile que nos daba francés el hecho de que cantara con demasiado fervor La Marsellesa, y éste le contestó que cuando cantaba La Marsellesa él se sentía francés. Después de la lección que supone la elección de Obama como presidente, todos nos podemos sentir -al menos por esta vez-, un poco estadounidenses. Porque supone todo un hito que ese muchacho negro que apenas cuarenta años antes no habría podido entrar en muchos bares y locales públicos que sólo eran para blancos, o tendría que sentarse, si había sitio, en el fondo del autobús, llegue ahora a presidente.

Colin Powell, que presentó a su país como "la más joven democracia" cuando los europeos, un poco pretenciosos, le vinieron con lo de la "vieja Europa", se ha visto confirmado con este acontecimiento en su arrogante defensa del sistema estadounidense. En esto, es cierto, ha funcionado como la más joven democracia. Alexis de Tocqueville hubiera dado todas las explicaciones de la razón del acontecimiento. Pero esto no le causa consuelo a uno, aquí, en esta arcaica democracia del Fuero de Vizcaya, en este viejo pueblo de los siete mil años. Al contrario, me da una envidia que, si fuera tiña, no pararía de rascarme. Porque, hombre, un negro de lehendakari, igual sería pedir demasiado. Me conformaría con que no fuera el de siempre.

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