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Columna
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Llegar a presidente

Los lectores me tienen ventaja. Como tenemos que mandar esta columna un día antes de su publicación, no sé qué habrá ocurrido al final en las emocionantes elecciones americanas. Así que estoy intrigada por saber si se hará realidad ya eso que la viñeta de El Roto de ayer plasmaba tan gráficamente: "Si abolimos la esclavitud, ¿qué será de vosotros?", le pregunta el amo con un tono de suficiencia paternalista, y el esclavo negro responde: "Llegaremos a presidentes".

Me recuerda a las aventuras de Tom Sawyer. Tras unas intrépidas escaramuzas, cuando Tom consigue atrapar a los ladrones y encontrar un magnífico tesoro, todos se quedan boquiabiertos ante la hazaña del muchacho, al que no consideraban más que un travieso mocoso. Entonces, alguien comenta con orgullo: "Este chico llegará a ser presidente de los Estados Unidos". Mark Twain refleja así una idea que hemos oído repetir no pocas veces en la literatura y la cinematografía norteamericanas. Pero, ¿cómo? ¿Es que un muchacho huérfano, pobre e inculto puede aspirar a algo tan grande?

Una se pregunta si está ocurriendo algo remotamente parecido en nuestra sociedad vasca

En la Europa decimonónica esa idea era increíble, revolucionaria. Que gracias a los propios méritos, a la audacia y la inteligencia se pueda llegar al poder supremo de la nación: el self-made man en todo su esplendor. Por supuesto, suponemos que a Twain ni se le pasaría por la cabeza dirigir ese pronóstico a un negro o a una mujer. Pero he aquí que, algo más de cien años después, todo parece estar cambiando.

Si apenas ninguna característica social parece determinante -haberse criado en un ambiente marginal o en otro privilegiado, por ejemplo, aunque con algunas excepciones: suena improbable un candidato que no haya formado una familia-, tampoco ningún rasgo biológico -un sexo u otro, un color de piel u otro; con algunas excepciones también: suena improbable un candidato con alguna clara minusvalía física, o muy alejado de los cánones estéticos vigentes- parece freno suficiente ante el volcánico empuje de la voluntad. He ahí la palabra mágica que guía todo el entramado del self-made man: voluntad. El imaginario estadounidense que ya todos compartimos nos ha enseñado que si uno tiene perseverancia y voluntad podrá llegar a ser lo que se proponga. Sarkozy, por ejemplo, parece que ya lo tenía claro a la tierna edad de siete años: "Yo voy a ser presidente de la República", sentenció, según ha relatado su madre.

Aunque se trate de una creencia inspiradora, sabemos que la cosa no es tan sencilla, que una voluntad ha de competir con otras, y que no todas pueden salir victoriosas. Obama ha logrado seducir muchas voluntades y, sobre todo, ha conseguido crear un impresionante clima de ilusión ante la posibilidad del cambio. Mutatis mutandi, una se pregunta si está ocurriendo algo remotamente parecido en nuestra sociedad vasca. ¿Que quiénes son nuestros negros? En el siglo XIX, los carlistas ya llamaban "beltzak" (negros) a los liberales. Hoy, es claro que son las opciones no nacionalistas las que más se ajustan a ese estatus mulato.

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Hasta hace poco, en efecto, la posibilidad de un lehendakari no nacionalista parecía una opción harto improbable. Los signos de nerviosismo mostrados en los últimos tiempos (como la forma preventiva de fusionar las dos cajas vascas, o la reacción ante el manifiesto Euskera en libertad) dan a entender, sin embargo, que el cambio es posible. O más que posible.

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