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Columna
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Los muertos y los vivos

A estas alturas del desastre está claro que Alejandro Font de Mora no es sólo el consejero de Educación que pone cara a la insólita astracanada donde encalló la Educación para la Ciudadanía. Materia ésta que cursan con las debidas garantías los alumnos de todo el Estado, excepto donde rige alguna suerte de maldición ancestral o estado de excepción. Mismamente aquí. Font de Mora es mucho más. Es el símbolo de una sociedad, de la cual no se sabe si está desaparecida, marchó sin dejar señas, no existe, o simplemente es virtual. Que el consejero contra la educación sea forense de oficio, acredita la sustancia de la hipótesis. Si el mundo, como los mercados financieros, se divide entre vivos y muertos, en el nuestro dominan unos cuantos coprófagos que nutren sus acciones con la pasividad de los inertes. El cadáver no se queja cuando el experto oficiante descarga un hachazo para separar la espaldilla del solomillo, o cuando trincha otra suculencia para extraer jarrete, morcillo y brazuelo. Pues tal que así ocurre en el País Valenciano. Es posible que con la pieza en caliente, todavía se resienta la parte afectada ante el embiste del chacinero. Verbigracia, la comunidad educativa con el extravagante caso de la asignatura de marras, que se imparte en inglés con dos profesores y un alumnado a cual más perplejo. Se trataba de impedir su docencia con normalidad, según estrategia del inquisitorial gremio de la sotana. Pese a su notoriedad, el entretenimiento no evita, sino al contrario, el progresivo desguace del sistema educativo, de mayor alcance, daños y cuantía. No pasa nada. Con lo que ha llovido de unos años a esta parte, visto el déficit y el quebranto, ¿cómo puede ser?, se preguntará cualquier extraterrestre de paso. Pues porque, excepto esos pocos vivos, los demás estamos muertos. O vivimos universos paralelos. Como en Second Life, ese mundo virtual donde todo es posible, desde un paisaje hasta una relación; desde un Gobierno sin corrupción hasta un piso sin hipoteca. Una parte de la demografía navega a través de un mundo de ilusión y fanfarria, de carreras de bólidos y barcos piratas, mientras la parte contratante de la segunda parte hace caja en la vida real. Plazas limitadas.

El universo virtual admite cualquier diseño y magnitud urbanística. En el catastro real, predomina el urbanicidio. ¿Qué pasó? Pues que los vivos de este proceso histórico lograron hacer confluir las condiciones objetivas y subjetivas, que se decía antes. Por eso, entre otras agudezas, se le sisan recursos a la universidad pública, mientras nutren la otra virtual -y por tanto innecesaria-, bautizada como Universidad Internacional Valenciana. Tres veces redundante, ya que, siendo virtual, lo es todo a la vez. He aquí la VIU, porque declinarla en inglés también debe ser un acto de valencianía. Eso sí, en lugar de habilitar local en las proximidades de Saturno, le encargarán edificio señero a Frank Gehry o similar, con el acostumbrado sobrecoste. Vale que los campus deberían extirpar endogamia, dispendios superfluos y vanidades encantadas de haberse conocido. Vestigios medievales a los que no son ajenas otras esferas del poder. Cercenar recursos que -bien empleados- acelerasen el regreso a la economía productiva, y en su lugar transferirlos al otro lado de la realidad, debería ser delito tipificado en el Código Penal. No es así. Seguiremos en mundos paralelos. Con un brillante porvenir en el más allá y un oscuro presente en el más acá. ¿Y Font de Mora? De forense chacinero.

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