Y la lluvia subió a los altares
Los científicos cuentan cómo influyó el clima en el devenir histórico de Galicia
Montesquieu dividía las leyes en dos grupos según la frialdad del clima de los pueblos que las aprobaban, y Otero Pedrayo aseguraba que la lluvia, el calor y la nieve influyen en el habla de la gente. Un grupo de científicos ha querido demostrar el peso que los fenómenos meteorológicos han tenido también en el devenir histórico y en la construcción de los mitos religiosos. Su trabajo, titulado Historia da meteoroloxía e da climatoloxía de Galicia, descubre que Fernando de Xinzo no se libró de la horca en 1472 por la milagrosa intervención de la Virgen María, sino porque un chaparrón rompió la cuerda que lo atenazaba. Y que el rey Alfonso Henriques de Portugal fracasó en su intento de invadir A Limia en 1161 porque una virulenta tormenta le obligó a salir corriendo. Los hagiógrafos llamaron a aquella adversidad San Rosendo.
Fue una tormenta y no San Rosendo quien paró la invasión de A Limia
El mal tiempo en Mugardos estuvo a punto de frustrar la boda de Carlos II
La religión y el clima van de la mano a lo largo de la historia. Los documentos eclesiásticos son una de las fuentes utilizadas por los autores del libro, coordinados por el catedrático Francisco Díaz-Fierros, para averiguar cómo era el clima en Galicia cuando no existían aparatos de medición ni registros. El clero describía en sus manuscritos el tiempo reinante y, en ocasiones, lo usaba en su favor. Entre los años 976 y 978, Galicia sufrió una sequía que afectó a toda la cornisa cantábrica. "Parece ser que fue como castigo al rey Bermudo por meter en la cárcel al obispo de Oviedo", señala María Luisa Losada en uno de los capítulos del libro presentado ayer en la sede compostelana del Consello da Cultura Galega.
Pero en la Edad Media el cielo también llegó a poner en peligro los intereses de la Iglesia. En el año 1102, un diluvio de varios días estuvo a punto de frustrar el traslado de las reliquias de San Fructuoso entre la localidad portuguesa de Braga y Santiago de Compostela. Con un pionero sentido de la promoción turística, el arzobispo Diego Xelmírez pretendía engordar las cifras de peregrinos que llegaban a Compostela aumentando el número de santos a venerar. El río Miño se desbordó y la comitiva, que viajaba en barca con el cuerpo, no conseguía cruzarlo. La versión milagreira de la historia asegura que la "sola presencia" del cuerpo de San Fructuoso suspendió las lluvias y una "suave brisa" impulsó la embarcación hacia la otra orilla.
Al margen de supuestas intercesiones divinas, los gallegos han sufrido los excesos climáticos desde siempre. En 1550, Allariz, Xinzo y Verín, que vivían del paso de comerciantes hacia Castilla, cayeron en desgracia porque una ola de inundaciones obligaron a los vendedores a variar su ruta. Entre 1573 y 1574, se extendió el hambre por la costa gallega. En Noia, donde los vecinos comían básicamente sardinas, el mar se volvió "estéril". Los temporales arrastraron tanta arena a la desembocadura de los ríos que los peces, al no poder alimentarse, "huyeron de las rías". En 1533, una gran tempestad de agua, vendaval y granizo hundió nueve barcos y un rayo provocó destrozos y muertes en la Catedral de Santiago. En 1685, y a falta de un cuerpo de bomberos en condiciones, los franciscanos organizaron rogativas durante tres meses para suplicarle a Dios que pusiera fin a una oleada de fuegos en el monte provocada por la pertinaz sequía. Por aquellos años, un temporal de primavera estuvo a punto de dar al traste con la boda del rey Carlos II. El barco en el que viajaba su prometida, Mariana de Neoburgo, no lograba llegar a Mugardos, por lo que la joven prometió visitar la catedral. En el templo, el botafumeiro salió disparado y cayó a sus pies. Ella sí se salvó de milagro.
La historia de la climatología aporta pruebas de otro fenómeno que algunos consideran un mito. Díaz-Fierros explica que el análisis de los anillos de los árboles y de los sedimentos, en los que persisten las huellas de la vegetación y el clima, demuestra que entre los años 1000 y 1870 el clima "no varió". En el siglo XX se ha iniciado un ascenso de la temperatura que apunta al cambio climático, añade el coordinador del libro.
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