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Reportaje:La carrera hacia la Casa Blanca

El rostro humano del cambio

Michelle Obama ha dado a conocer a los votantes el perfil más cercano de un candidato demócrata que puede resultar distante por su tono elitista

Mónica Ceberio Belaza

"El camino que he elegido estudiando en Princeton me llevará probablemente a integrarme en una estructura social y cultural blanca que sólo me permitirá estar en la periferia de la sociedad, nunca participar de lleno". Estas palabras forman parte de la tesis de licenciatura de Michelle Obama, escrita en 1985. Más de 20 años después, esta afroamericana de 44 años crecida en el empobrecido sur de Chicago no está en la periferia, sino a dos pasos de ocupar la Casa Blanca como primera dama. Está absolutamente involucrada en la campaña. Recorre el país, reúne a miles de personas en sus propios actos y habla al electorado del carácter de su marido y de las firmes raíces populares de ambos. Con fuerza pero con suavidad. Como esposa, como madre. Ella lleva lo personal a la carrera presidencial.

"Ella sabe lo que es estirar el dinero y nos entiende", dice una seguidora
Muchos partidarios se identifican con esta mujer de origen humilde

"Podría ser mi madre, es tan normal", dice Cleo Nweze, de Nueva Jersey y estudiante de Relaciones Internacionales en la Universidad Pública de Columbus, Ohio. Michelle Obama estuvo en el pabellón deportivo de su universidad el viernes, sustituyendo a su marido después de que él decidiera pasar ese día en Hawai con su abuela, gravemente enferma. Los asistentes a este mitin y a otro que tuvo lugar en una escuela secundaria en Akron, también en Ohio, no parecían decepcionados por el cambio, sino entusiasmados con la esposa del candidato demócrata. El público, mayoritariamente femenino, asentía cuando Michelle hablaba de su vida. Se identifican con su historia.

Su discurso se basa en vivencias personales. Las de ella y las de su marido. Mientras Barack Obama centra sus mítines en detallar algunas de sus ideas en materia económica y en deslegitimar las de su rival, Michelle no ataca. No habla de John McCain ni de Sarah Palin. Y su acercamiento a los planes económicos es mucho más cercano. Ha dado la vuelta al viejo lema feminista de "lo personal es político" y lo ha convertido en "lo político es personal". Habla en primera persona de lo difícil que es llenar el tanque de la gasolina, pagar un seguro médico, devolver un préstamo universitario o de cómo el dinero ahora ya no llega para "comprar fruta fresca para los hijos".

Aunque sus seguidores conocen la buena posición económica actual de los Obama, las raíces populares de Michelle les hacen confiar en ella. "Esta mujer ha pasado por todo esto, aunque ahora le vaya bien", dice Shelby Conrad, de Columbus. "Sabe lo que es estirar el dinero y tener problemas. Entiende nuestras vidas". El padre de Michelle era un trabajador humilde con esclerosis múltiple. Su hermano pudo acudir a la prestigiosa Princeton gracias a que era un gran jugador de baloncesto y ella le siguió con préstamos que ha terminado de pagar hace no muchos años.

Una vez que la candidata a primera dama les ha convencido de que ella es una hija prototípica de la clase trabajadora, entonces les habla de Barack. De cómo su madre, que lo tuvo a los 18 años, luchó lo indecible para sacarlo adelante. De cómo él decidió dedicarse a los más desfavorecidos en las calles de Chicago en lugar de trabajar en el lucrativo Wall Street después de graduarse en la Facultad de Derecho de Harvard. De cómo vio a su madre pelear con las aseguradoras médicas durante sus últimos años de vida mientras se enfrentaba a un cáncer mortal.

"Él lo entiende", repite Michelle Obama. "Barack entiende cómo funciona el mundo, comprende y conoce vuestros problemas. Su vida le ha llevado a tener empatía y compasión". Como esposa que conoce bien a su marido, vende a un Obama más humano y cercano de lo que él mismo transmite.

Muchos de los asistentes a los mítines no tienen muy claro cuál es la labor de una primera dama, pero, en cualquier caso, Michelle les gusta como tal. En las elecciones presidenciales no sólo se ponen sobre la mesa dos programas políticos distintos, sino dos tipos de persona. Los votantes no buscan únicamente un programa, sino sobre todo un líder, alguien que se pueda hacer cargo de las múltiples e imprevisibles contrariedades que acechan al país más poderoso del planeta. Quieren a alguien que les inspire admiración y confianza, con un cierto temperamento y carácter. Por eso, todo lo que rodea al candidato es importante, incluida la esposa elegida.

Michelle Obama está pasando por un momento dulce. Atrás han quedado las críticas que la tildaban de antipatriota y de fomentar el odio racial. A lo largo de estos largos y duros meses de campaña se le ha acusado de múltiples cosas, algunas de ellas inventadas. Como cuando se decía que llamaba despectivamente a los blancos whiteys. Nunca se probó. Y algún sector de la prensa pasó directamente a los insultos con tintes racistas. La cadena conservadora de televisión Fox News la llamó "Obama's baby mama [la madre de los bebés de Obama]", expresión que se utiliza para referirse a una mujer que no está casada con el padre de sus hijos y que es más que dudoso que se hubiera utilizado con un matrimonio de blancos.

Ella ha protagonizado también algún error táctico. En febrero dijo que "por vez primera en su vida adulta" estaba "realmente orgullosa de su país". Las críticas feroces de los republicanos y conservadores no se hicieron esperar. Su carácter, extravertido y sarcástico, tampoco gustó a algunos en un principio. Ella misma reconoció que algunas de sus "bromas" no se entendían una vez impresas, por lo que aseguró que tendría más cuidado cuando hablara con la prensa.

El punto de inflexión en la imagen pública de Michelle Obama fue la Convención Demócrata, a finales de agosto. Ella se encargó del discurso inaugural. No era una tarea fácil. Tenía que demostrar que el retrato que algunos medios y personas estaban haciendo de ella en esos momentos no era real. Y superó el desafío con creces. Fue dulce y tranquila, pero fuerte a la vez, y dejó claras sus raíces profundamente americanas. Al final, sus dos hijas salieron al escenario mientras Barack Obama aparecía por sorpresa en una pantalla. La perfecta imagen de la familia perfecta.

Desde ese momento, la mujer del candidato demócrata a ocupar la Casa Blanca ha mantenido el mismo perfil de entusiasmo tranquilo. La esposa de John McCain, Cindy, ha dicho algunas duras palabras contra Barack Obama, pero Michelle no entra ahora en ese juego ni siquiera ante las preguntas de los periodistas. No se aparta del camino suave que ha elegido.

Michelle y Barack Obama se abrazan antes de un mitin del candidato demócrata en Gresham, Oregón, en mayo pasado.
Michelle y Barack Obama se abrazan antes de un mitin del candidato demócrata en Gresham, Oregón, en mayo pasado.AFP

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Sobre la firma

Mónica Ceberio Belaza
Reportera y coordinadora de proyectos especiales. Ex directora adjunta de EL PAÍS. Especializada en temas sociales, contó en exclusiva los encuentros entre presos de ETA y sus víctimas. Premio Ortega y Gasset 2014 por 'En la calle, una historia de desahucios' y del Ministerio de Igualdad en 2009 por la serie sobre trata ‘La esclavitud invisible’.

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