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Reportaje:La carrera hacia la Casa Blanca

El laboratorio del cambio

El cuartel general de la campaña de Obama vive momentos de excitación y caos

Antonio Caño

Las prisas y el caos en el cuartel general de Barack Obama, en el centro de Chicago, son tantas como puede imaginarse en el preludio de la batalla final. Los pasillos son una pista por la que corren de un lado a otro una multitud de muchachos con la excitación reflejada en el rostro. Otros muchos, apiñados en los escritorios, subrayan papeles y mueven sus dedos sobre el teclado mientras hablan por el teléfono pegado al hombro.

En la puerta de las oficinas, en el piso 11 de uno de los rascacielos de Michigan Avenue, hay un mensaje escrito en una pizarra que refleja la euforia de ver tan cercana la meta y advierte sobre el peligro del exceso de confianza: "Dos semanas, dos palabras: New Hampshire". New Hampshire es el Estado que Obama perdió contra todo pronóstico en las primarias demócratas después de su gran triunfo en Iowa.

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Las oficinas centrales no son, en realidad, un buen reflejo de lo que ha sido la campaña del candidato demócrata. Aquí todo es desorden. Es difícil circular sin tropezarse con algún cable o alguna caja de golosinas o comida rápida. Las botellas de agua, los refrescos, las tazas de café reposan sobre cualquier artilugio con tanta naturalidad como si llevaran allí meses. Más que el local que sirve de laboratorio para el cambio político que se avecina en Estados Unidos, aquello parece el dormitorio de un colegio mayor.

La edad de los que ocupan el lugar contribuye a esa imagen. Es difícil ver en el abarrotado horizonte un rostro que parezca mayor de los 30 años. Y todos se emplean con la energía envidiable de esa edad. Es una fascinante concentración de entusiasmo juvenil, con su fuerza electrizante y toda su agotadora anarquía.

Gran parte de esa potencia transformadora se ha visto reflejada en la campaña de Obama. Sin embargo, la exposición pública del candidato ha conseguido permanecer ajena al desorden que se vive entre bambalinas. El mérito de esto corresponde, en gran medida, a David Plouffe, el director de la campaña, el hombre que, instalado en un pequeño despacho acristalado en el centro geográfico del piso, dirige todo este ejército de cientos -no existe una cifra oficial- de empleados y voluntarios. "Es un tipo impermeable al drama, es inmutable. Jamás levanta la voz, pero sabe mandar con firmeza", ha dicho de Plouffe su jefe, David Axelrod, el principal estratega de la campaña.

Los dos David, que colaboran desde hace ocho años y son socios en la misma empresa consultora de Chicago son, sin duda, los principales artífices del éxito de esta operación. Frente a los permanentes vaivenes y relevos en los equipos de sus rivales (primero Hillary Clinton y ahora John McCain), los dos David le han dado a Obama un sello de constancia y seriedad que ha resultado decisivo para convertir a un verdadero alevín de la política nacional en un creíble candidato presidencial.

Axelrod, de 53 años, se ocupa del gran diseño de la obra. Aunque tiene despacho en Michigan Avenue, pasa más tiempo junto al candidato o en las oficinas de su compañía, AKP and D Message and Media. Plouffe, de 41 años, está casi siempre entre estas cuatro paredes, encargado del día a día; es el cerebro detrás de la expansión del mensaje de Obama en los medios y de la multiplicación de las organizaciones populares de apoyo en todo el país, incluso en lugares que jamás habían visto antes de cerca a un demócrata.

Axelrod y Plouffe han trabajado con otros candidatos y han desarrollado sus habilidades sobreviviendo entre la maquinaria política de Chicago, que pasa por ser la más exigente e inhóspita del país. Pero lo más parecido que han hecho antes del ascenso de Obama ha sido el triunfo de Deval Patrick, un joven negro de perfil post-racial, como gobernador de Massachusetts. De allí tomaron la inspiración y muchos de los discursos que después funcionaron tan exitosamente con Obama. Este cuartel general tiene muchas áreas que merecen reconocimiento. Una de ellas es la de los nuevos medios de comunicación, donde la edad de los que allí trabajan se reduce ya casi hasta la edad escolar. Otra es la que dirige Alyssa Mastromonaco, responsable del calendario y agenda de actos. Pero los dos departamentos estrella del local son aquellos en los que, sin duda, se ha asentado especialmente esta campaña: el de finanzas y el de los escritores de discursos.

Si sólo se pudiera reconocer dos méritos de Obama, estos serían los de gran orador y gran recaudador. La cifra de 150 millones de dólares (unos 117 millones de euros) del último mes bate todos los récords y todas las expectativas de las dos mujeres al frente de la red financiera, Penny Pritzker y Julianna Smoot.

Los discursos son responsabilidad de bastante gente, entre ellos el propio Obama, que se encierra con su ordenador en vísperas de las alocuciones especiales. Influye también el director de comunicaciones, Robert Gibbs. Pero los originales corren a cargo de los dos principales ayudantes de Gibbs, John Favreau y Adam Frankel, otros dos treintañeros que confiesan haber leído en estos últimos dos años miles de discursos de los políticos más famosos de la historia.

En estas oficinas nadie se acuerda de comer y se ha perdido ya la noción de día y noche. Todos están contagiados por eso que tanto ha dicho Obama en sus discursos, citando a Martin Luther King, "la ansiosa urgencia del ahora", la cita con la historia a la vuelta de la esquina.

El candidato demócrata a la Casa Blanca, Barack Obama, pronuncia un discurso durante un mitin en Miami, Florida, el martes.
El candidato demócrata a la Casa Blanca, Barack Obama, pronuncia un discurso durante un mitin en Miami, Florida, el martes.AFP

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