"Se me enrolla una serpiente en los pies', me dijo Azaña"
Condecorado un comisario de 94 años, escolta del presidente
Rafael Romero Muñiz sigue siendo comisario. Y eso que este jueves cumple 95 años. Guarda todavía la compostura de un auténtico policía y luce con habilidad la placa con el número 20.315. En su haber tiene el haber sido el escolta del presidente de la República, Manuel Azaña. "Era una persona muy humilde y nada pretenciosa que medía cada una de las palabras que decía. Y no hablaba mucho, la verdad", recuerda el comisario, mientras camina por el paseo del Prado. Acaba de ser condecorado por el jefe superior de Policía, Carlos Rubio, en los actos del Cuerpo Nacional de Policía.
Romero Muñiz camina despacio, mira con atención y sabe escuchar. "Esto del bastón es accidental. Puedo andar sin él, pero a veces me fallan las piernas", se excusa. Ingresó en la policía en 1936, tras haber estudiado en una academia. "Estuve recorriendo las calles durante ocho días, pero el inspector me dijo que me ponía en la inspección de guardia porque redactaba muy bien los informes", explica. Tras estar durante cerca de dos años en la comisaría de Chamberí como delegado jefe, fue destinado al grupo de escoltas de Manuel Azaña. "Miraron los policías que estaban vinculados con la República. Yo, como había sido secretario general de las Juventudes Republicanas, ingresé", rememora. Corría el año 1937. Asistía con Azaña a todos los actos y estaba pendiente de que no le ocurriera nada. "Siempre estuvimos por Madrid, ya que el presidente no viajó nunca", añade el comisario. "Recuerdo una frase que dijo que fue el avance de lo que estaba ocurriendo: 'Estoy notando que se me está enrollando una serpiente en los pies'. Dicho en aquellas fechas, cobraba una importancia tremenda", relata Romero Muñiz.
"Delincuencia siempre ha habido, pero no tan violenta como ahora"
El ministro Martín Villa le rehabilitó en el cargo con la Ley de Amnistía
Tras dejar Azaña Madrid y trasladarse a Barcelona, regresó a su comisaría de Chamberí. "Eran momentos muy peligrosos. Más de un día tuvimos que salir con la pistola en la mano. Una vez unos falangistas mataron a tiros a dos compañeros", recuerda. "Delincuencia siempre ha habido, pero no era tan violenta como ahora", afirma. Y para confirmarlo recuerda una anécdota: durante la guerra, se estableció en la casa de Niceto Alcalá Zamora la Secretaría del Estado Mayor. Un día salió una secretaria con un bolso cargado de documentos reservados, y se lo quitaron. "Ordené a todos los compañeros que detuvieran a los rateros de las glorietas de Bilbao, Quevedo e Iglesia. Les llevaron a comisaría y les dije que o aparecía el bolso de charol en dos horas o iban a fortificar todos entre los dos frentes", relata con voz firme y segura. A las dos horas, el citado bolso estaba en comisaría y con su contenido intacto. "Recibí una felicitación del general jefe del Estado Mayor", concluye.
El 28 de marzo de 1939, un grupo de falangistas entró en su despacho y le detuvo por rojo. Le llevaron a la cárcel de San Antón, en la confluencia de las calles de la Farmacia y Hortaleza. "Mi hermano, que trabajaba en Administraciones Públicas, también fue detenido. Escribí a una tía religiosa y le pedí que intermediara con el director general de Prisiones para que nos juntara", detalla Romero, que fue trasladado a la cárcel de Duque de Sesto. El hermano murió a los dos meses. "No se podía ni comer. No lo resistió. Le trasladaron a un campo de concentración, donde enfermó, y le dejaron salir unos días antes de que muriera", resume.
Romero fue juzgado y le condenaron a seis años y un día de prisión, pero no tuvo que ingresar en la cárcel. Pero esa misma condena le truncó su carrera en la policía. Y tuvo que buscarse la vida. Comenzó a trabajar con un amigo suyo que fabricaba zapatos. Le hizo encargado de la fábrica. Después viajó a Italia y vio que su negocio estaba en fabricar en Madrid esos mismos zapatos para El Corte Inglés. "Me traje dos pares de zapatos de Italia y los deshice hasta que les vi las tripas. A partir de ahí, hice muchos y gané mucho dinero", confiesa.
La llegada de la Ley de Amnistía le abrió la puerta para que Romero y todos los compañeros que fueron expulsados de la policía fueran rehabilitados. A través del secretario del ministro del Interior, Rodolfo Martín Villa, pudo acceder a éste y exponerle su problema. "Se portó como un caballero. Le llevé una copia de la Gaceta de la República [el Boletín Oficial del Estado de la época] en la que quedaba claro que, como yo, muchos éramos funcionarios".
Y lo consiguieron. Además, les tuvieron en cuenta todo el tiempo que había transcurrido y se lo contabilizaron como si hubieran trabajado para la Administración. En el caso de Romero, 38 años, 10 meses y 2 días. "Parece una sentencia", bromea. "Nos dieron dos duros para compensarnos". Esos "dos duros" fueron unos dos millones de pesetas (12.000 euros) de las finales de los años setenta.
Desde entonces, le une una gran amistad con Martín Villa. Organizó un banquete con todos los policías republicanos rehabilitados. Fueron unos 70 y presidió el acto Adolfo Suárez. Ahora, el comisario Romero dedica su vida al Club de Jubilados de la Policía.
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