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12º Congreso regional del PP
Columna
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El fin de los años felices

Hoy sí, hoy he llegado muy temprano, sobre las nueve y cuarto de la mañana. Deseaba ver a los vips, pero a esa hora no había ninguno. Solo militantes (o figurantes) que llegaban en autobuses que, sorprendentemente, iban, la mayoría, medio vacíos. Incluso observé uno en el que tan solo bajaron cuatro personas. Me sorprende, también, la cantidad de mujeres mayores desplazadas. Me acerco a ellas. Las oigo hablar en valenciano; me acerco tanto que una, metida en carnes, distraída, reculando, me ha jodido un pie. "Ai, xiquet, perdona". La perdono. En el fondo la estampa es enternecedora: van con sus bolsos de piel imitada, chaquetas a cuadros y faldas de aspecto terso. Nada de bromas. Son mujeres que han sufrido y sufren el escarnio de su época; nada de bromas a pesar de que me han dejado un esguince de recuerdo, a pesar de la soez de cagarse, de buena mañana, en Zapatero.

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Ayer vi a Consuelo Ciscar y me pregunta: ¿Qué haces aquí? Mi hermano Josep Torrent me paga para que os conozca más de cerca. Se ríe. Con la mayoría absoluta que disfrutan y ostentan yo también me reiría. Pero he dicho, y lo sostengo, que el Partido Popular valenciano ha iniciado el declive. A partir de ahora nos fatigarán los oídos con "la culpa de la crisis es del Gobierno". Es decir, que los eventos son tuyos y la crisis económica es del otro. ¿No han aprobado una batería de medidas para paliar la crisis? Pues nada, Paco, aplícala. Ahí te quiero ver.

Los políticos deberían pasarse, al menos una vez a la semana, por los casinos de los pueblos. Son termómetros sociales. Hasta hace unas semanas se hablaba de coches de carreras y de barcos. Ahora, la situación ha cambiado radicalmente: En septiembre fui al taller y lo encontré cerrado; mi hijo, encofrador, busca trabajo como recolector de naranjas; si el banco no me renueva el crédito no sé qué haré, etc... Es el momento de la gestión eficaz, arremangarse y picar pedra. En el casino, mi amigo El Sabalo, director general de Herrajes El Sabalo, SL, me diagnosticó, mientras tomábamos el café, el problema: "Açò no ho arregla ni López Trigo". Ya digo, un termómetro.

A las diez y media observo un grupo que se dirige al hall. Intuyo que son periodistas (están algo pálidos, como si pasaran estrecheces económicas). Oigo que las autoridades están al caer. No puedo evitar recordar la película Bienvenido, mister Marshall: Hay tres negros como tres torres con banderitas del partido, y una nutrida representación de inmigrantes, vestidos con sus trajes tradicionales, que, según me informan, proceden del Este de Europa (por cierto, uno de los muchachos lleva puesta una especie de barretina. Al parecer, los problemas de financiación de Cataluña son asfixiantes).

Por fin llegan los primeros espadas y los fotógrafos se posicionan. Del coche baja Rajoy acompañado de Rita Barberá y Francisco Camps. Sonríen, saludan, se acercan a los inmigrantes. Toman forma el barullo, los gritos: "¡Viva Valencia, viva el Partido Popular!", exclaman, victoriosos, los inmigrantes. Rajoy les dedica un minuto (ignoro si de silencio). Tropiezo con Josep Maria Felip: dile a Blasco que se apunte un tanto. Le pregunto dónde está, quiero hablar con él (lee a Chesterton, un punto en común). Lo encontrarás por arriba, me indica Felip. Dejo a Rajoy y a sus dos sirvientes y subo las escaleras mecánicas. Ni ayer ni hoy he podido ver a mi ídolo, Alfonso Rus (con tanta gente de altura no hay forma de divisarlo). Sin embargo, de repente, atisbo a Blasco. Aprieto el paso pero no lo puedo alcanzar. Entra rápido a la sala circular del congreso (cuidado con dejar la silla vacía, Rafael). Freno en seco. Hay plazas en las que no me presento ni por una millonada.

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