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Columna
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El día histórico

Manuel Rivas

Hemos abusado mucho, en el periodismo, de la expresión "día histórico", hasta el punto de que, en España, los días más históricos, inolvidables, son aquellos en los que no pasa nada. Nada histórico, quiero decir. Somos muy generosos. Todas las faenas son históricas. Todos los goles son históricos. E incluso, según Telemadrid, Esperanza Aguirre es un personaje histórico que hizo majas en 1808. El paroxismo de lo histórico, sin embargo, lo alcanzó el dictador con su Manifiesto Cerrajero: "Todo queda atado y bien atado". El futuro también pertenecía a la historia. La prolongación metafísica de la ruindad. La frase parece incluso demasiado inteligente, destila una alegría maliciosa. Como quien dice: "Españoles, ¡mi maldición!". Pero todos los bellacos tienen días brillantes. A la muerte de Stalin, Vasili Grossman, el escritor judío y héroe soviético, tiene esperanzas de publicar al fin Vida y destino, escrita con la valentía que le dio una frase de Chéjov: "Ya es hora de que cada uno de nosotros se deshaga del esclavo que lleva dentro". Eleva una carta: "Le ruego que le devuelva la libertad a mi libro". La respuesta es: "Sólo será posible publicarlo dentro de 250 años". El auto de Garzón tiene el valor impagable de desatar, desde la justicia, una forma de cautividad permanente. Al fin, un juez se acerca en comisión de servicio al corazón de las tinieblas. El pastor que sabe quién es Edipo exclama: "¡Ay, de mí, que estoy a punto de decir lo más terrible!". Y Edipo, en lugar de acallar la memoria, responde: "Y yo a punto de oírlo, pero hay que oírlo". Los que arremeten ahora contra Garzón, conocido el auto que ubica al franquismo en su sitio, en la historia del Crimen, debieran tener el valor de Edipo en este verdadero día histórico: "¡Hay que oírlo!". Y dar un ejemplar paso adelante. Pronunciar el auténtico juramento: "Mi patria es la justicia".

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