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Columna
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Héroes o políticos

Parafraseando libremente a san Agustín, puede decirse que la verdad se hace. La verdad con minúscula, no la Verdad deísta de la que habla Ratzinger cuando dice que el único refugio seguro en estos momentos de tribulación es la Biblia. La verdad se va construyendo con el tiempo, dejando reposar el presente. Luego la historia la esculpe y la revisita, pues la primera versión suele ser la de los verdugos y no la de las víctimas, la de los vencedores y no la de los vencidos.

En tiempos de catarsis colectiva, de guerras mundiales, de regímenes totalitarios o de fascismo, la represión, el ruido y la furia sofocan la voz de los que dicen no. Cuando en el Berlín de hoy se visitan los iconos que unen la ciudad antes dividida, el Memorial de la Resistencia alemana puede pasar inadvertido. El tributo al holocausto judío es de tal calibre que eclipsa este modesto museo, situado en el histórico bloque Bendler, a espaldas de la Postdamerplatz, que muestra centenares de fotografías y custodia miles de documentos, testimonios de la actividad de quienes, desde distintas opciones -liberales, conservadores, socialdemócratas, comunistas-, dijeron no en los comienzos del nazismo.

Política también para buscar un equilibrio en la cooperación entre lo público y lo privado

Me viene a la memoria la magnífica novela de Vasili Grossman, Vida y destino. Relata con fuerza épica, a través de varios núcleos familiares y relacionales y en distintos escenarios que pivotan en torno a la batalla de Stalingrado, las atrocidades de los lager nazis, que, por cierto, el propio autor fue el primero en revelar al mundo, y de los gulag soviéticos. Lo hace con la convicción del demócrata que rechaza los dos sistemas a través de unos personajes que se intercalan con sus opiniones sobre la memoria, la soledad, el dolor. Grossman tiene la virtud de haber escrito esta obra en momentos que hacían imposible su publicación.

Pues bien, esos son, entre otros muchos, héroes del silencio que la historia tardó en colocar en su sitio y la memoria necesita recuperar. El ejercicio de la política en el siglo pasado fue más arriesgado; en nuestras sociedades democráticas y complejas en las que la opinión es libre y no es necesario ser héroe para captar la realidad y descubrir el engaño. Recordemos el rechazo global suscitado por la mentira que pretendía justificar la guerra de Irak, el terrorismo islamista, las armas de destrucción masiva, el núcleo del mal. En cambio, de forma más sutil y engañosa, al binomio globalización-Internet se le adhirió un neoliberalismo conservador como la doctrina más eficaz para implantar un nuevo orden mundial. Aún suenan los ecos del grandilocuente lenguaje antirregulación utilizado por muchos políticos, pensadores y financieros que proclamaban sus efectos benéficos, entre otros frentes, en el reparto de riqueza, y reclamaban una globalización con poca política y con el Estado detrás y calladito. Ahora que nos atrapó la crisis estamos asustados y sin una respuesta convincente, mientras los políticos se dedican en cuerpo y alma a gestionar la inmediatez del crack financiero. Sería muy necesario, una vez pasado el arrebato, sacar las conclusiones pertinentes sin esperar a que el tiempo y la historia vengan a desenmascarar sus razones estructurales. Seguramente son varias, y una de ellas ha sido el exceso de papanatismo y permisividad con ese neoliberalismo usurero, devorador de unos y otros, que por fortuna, a nivel financiero, en España parece estar más controlado.

Es la hora de la política. Debemos reclamarle la obligación de estar presente no solo en los momentos de zozobra sino también en los de bonanza, para poder analizar los errores y predecir las crisis en la medida de lo posible. Política, claro, para gestionar la Administración todos los días, pero también para buscar un equilibrio en la cooperación entre lo público y lo privado, para contextualizar y sugerir; menos plana, más convincente. A los políticos ha de exigírseles un discurso que explique el porqué de esta situación, más allá de un pragmatismo coyuntural que tiende a justificarlo todo como una exclusiva cuestión financiera y monetarista, fatalmente cíclica, amparándose en un "aquí pasó lo que pasó" o, peor todavía, en que "esto es lo que hay". Esto no puede ser un paréntesis de intervención socializante que se cierre luego con otro neoliberalismo aún más especulativo. Héroes no; políticos que ayuden a escrutar la verdad.

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