Cultura
En este mundo al revés, que con tanta brillantez describía Millás el viernes pasado, los profesores universitarios ya no están seguros de cobrar a fin de mes. La crisis, que no impidió a Aguirre gastarse paletadas de euros en una paletada de espectáculo para inaugurar los Teatros del Canal, también la van a pagar ellos. No hay dinero para las universidades, tampoco para los hospitales, y de las escuelas, ya, ni hablamos.
Parece una frivolidad, pero no lo es. Hoy es Madrid, mañana quién sabe. Las consecuencias del concepto en apariencia utilitario, pero en esencia patógeno, que los Gobiernos españoles tienen de la cultura, produce monstruos. El sistemático desprecio por las dotaciones educativas de base, que lleva a invertir en anuncios de promoción de la lectura el dinero que no se invierte en bibliotecas escolares, a producir ocurrencias de estrellas de Hollywood con el dinero que no se invierte en producir cortometrajes, a inaugurar museos apabullantes con el dinero que no se invierte en formar artistas plásticos, ha logrado crear una sociedad de consumidores bobos, que se tragan sin masticar, con la boca abierta y vacía de criterios, las campañas de autobombo que llenan los telediarios.
La incultura es mucho más grave que el desconocimiento radical del último premio Nobel de Literatura, en el que, de paso, aprovecho para incluirme. Porque un país inculto no es un país de ciudadanos, sino de audiencias, y las audiencias se lo tragan todo. Que privaticen sus bienes, que refloten bancos con sus impuestos, que esos mismos impuestos no alcancen para financiar escuelas, hospitales, universidades. La verdadera libertad no consiste en poder decir lo que se piensa, sino en poder pensar lo que se dice, escribió Antonio Machado, como si nos estuviera viendo. A este paso, cualquier día lo quitan de los programas de bachillerato.
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