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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Espiral suicida

Occidente necesita otra estrategia para evitar que Afganistán acabe incendiando Pakistán

Pakistán libra ya una guerra abierta contra sus propios yihadistas y los talibanes infiltrados en las zonas tribales de su frontera con Afganistán. Una guerra que, según el frágil presidente Asif Alí Zardari, representa la decisión de Islamabad de acabar con el terrorismo islamista, y que tiene sangrienta réplica en la escalada de atentados que se suceden en Pakistán a ritmo vertiginoso y con creciente número de víctimas.

El conflicto afgano ha adquirido cruenta carta de naturaleza en el vecino, inestable, nuclear e históricamente implicado Pakistán. Y, si no hubiera otros argumentos, bastaría éste para que Afganistán, donde las cosas van claramente a peor -2008 será el año más mortífero para las tropas de la coalición internacional-, se convierta en prioridad ineludible de los aliados occidentales. Son 40 los países con tropas en la nación centroasiática, España entre ellos, pero son sólo unos pocos los que participan regularmente en acciones de combate. Los Gobiernos europeos, pese a gestos esporádicos como el alemán de enviar un millar de soldados más, son cada vez más reticentes a emplearse a fondo en aquella lejana causa. Y la situación se agrava por el hecho constatado de que los afganos cada vez consideran menos legítimo el Gobierno de Hamid Karzai, ineficaz y corrupto, y por el dato añadido de que la heroína ha adquirido enorme peso en la economía y es un poderoso agente desestabilizador.

Un informe secreto de las agencias de espionaje estadounidense, filtrado ayer, certifica el deterioro de la situación militar y duda de la capacidad de Kabul para detener el avance talibán. En este escenario insurgente, incluso los miles de refuerzos que barajan los aspirantes a la Casa Blanca tendrán un impacto menor. La creciente probabilidad de que la guerra afgana pueda acabar de resquebrajar al malherido gigante paquistaní es lo suficientemente alarmante como para concitar una revisión urgente y en profundidad de la estrategia occidental en la zona. Hasta el punto de que se abren paso voces, la de Karzai, pero también, esta semana, la del laureado general estadounidense David Petraeus, que supervisará ahora las operaciones de su país en Afganistán, que reclaman como mal menor conversaciones con líderes talibanes que estén dispuestos a renunciar a la violencia a cambio de integrarse en la vida política del descoyuntado país.

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