Atardeceres de celo y berrea
En octubre resuena la lucha de los ciervos por las dehesas extremeñas
Las nieblas de SanMiguel anuncian el final del estío, mientras la tierra desprende ya los olores húmedos que acaban con la sofocante temporada seca extremeña. El lento cambio de estación se planta entre los nubarrones aborregados que cambiarán el chaparrón del verano pegajoso por las persistentes lloviznas del mes de octubre. El espectáculo de la otoñada acaba de levantar su telón. Es tiempo de bonanza, las dehesas están maduras y por todos los rincones del monte bravío los codiciados frutos de encinas, alcornoques, majuelos y mostajos lucen espléndidos.
En este turno de abundancia, mientras las brumas descienden de los altos en los claros del bosque retumba el bramar de los venados, dando origen a uno de los momentos más fabulosos de la Extremadura otoñada, la berrea de los ciervos.
Con la dependencia siempre de cuando lleguen las primeras lluvias de septiembre, el inicio de la berrea se puede adelantar o atrasar hasta un par de semanas, pero en el mes de octubre resuena con insistencia por todos los rincones de la tierra extremeña. Cuando el sol alarga las sombras de la dehesa, la querencia empuja a los machos y hembras de la especie a los calveros, donde las refriegas entre los machos dominantes convertirán los claros del monte en campos de batalla.
Cuernas arboladas
Los vientos finos despiertan en los venados más fuertes pasiones desenfrenadas, que con sus fabulosas cuernas totalmente arboladas y la experiencia acumulada de un año más de vida lucharán por las hembras que el pasado celo les arrebataron sus rivales. El monte entero brama con los roncos vozarrones de los pretendientes, desatando sus ardores en el cortejo nupcial más dramático de cuantos se producen en los otoños de los campos ibéricos.
Mientras verdea la sequedad de los rastrojos en las dehesas, el alboroto de las luchas, el golpear de las cuernas y las insistentes carreras hacen cada año de la berrea el periodo más esperado por los aficionados a la observación de la naturaleza.
Muchos son los lugares dentro de Extremadura donde se puede disfrutar discretamente con este maravilloso episodio de la vida salvaje; pero hay una serie de parques naturales y reservas que por la abundancia de la especie y la facilidad de su observación son recomendables. El parque nacional de Monfragüe (www.monfrague.com), en Cáceres, es sin duda el lugar donde mejor se contempla este ritual por su mayor número de infraestructuras adecuadas, como sendas, observatorios de animales e información apropiada. La sierra de San Pedro, en el triángulo que forman las localidades de San Vicente de Alcántara, Aliseda y Puebla de Obando, a caballo entre las dos provincias extremeñas, es otro de los mejores lugares de observación. Además, aquí se puede visitar el centro de recuperación de fauna y educación ambiental Los Hornos (teléfono de información: 927 01 08 00), cerca del pueblo de Sierra de Fuentes.
Aunque las fincas son privadas, existen varias cañadas y caminos vecinales que atraviesan la sierra, desde donde es fácil otear a los ciervos. La Cañada Real Soriana Occidental, o Sancha Brava, es el cordel ganadero principal que cruza esta espectacular zona extremeña. La reserva nacional de Cíjara, entre las sierras de la Rinconada, del Aljibe y de la Lobera, en las orillas del pantano del mismo nombre, se enmarca como otro de los parajes donde la berrea se muestra con todo su esplendor.
Más propuestas e información práctica en la Guía de Extremadura de EL VIAJERO
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