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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Washington-Delhi

EE UU debe controlar que su pacto nuclear con India no sea aprovechado para fines militares

La aprobación, el miércoles pasado en el Senado de EE UU, de un pacto nuclear con India pone fin, a falta sólo de que el presidente Bush firme el instrumento legal, a una doble espera. Primero, a tres años de duras negociaciones; pero segundo, y más significativo, a más de 30 años de glaciación entre los dos países, desde que en 1974 Delhi detonó su primer ingenio nuclear y Washington decretó sanciones contra quien era entonces líder de los no alineados, iniciativa histórica que duerme hoy el sueño de los justos.

El pacto comporta la transferencia a India de combustible y tecnología nucleares, presuntamente civil, a sabiendas de que la raya entre usos pacíficos y militares puede ser sólo un acto de fe. Delhi, que no ha firmado el Tratado de No Proliferación Nuclear, precisa esa tecnología para producir electricidad, de forma que sus 14 reactores en activo, más otros nueve en construcción, generen el 25% de su energía eléctrica para 2050, cuando hoy no pasa del 3%, por falta de combustible.

El caso presenta inevitables similitudes con el de Irán, país que sí es firmante del TNP, que también dice que quiere dotarse de industria nuclear para producir electricidad y que, sin embargo, es objeto de sanciones económicas de Occidente, auspiciadas por EE UU.

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Lo que provoca tan diverso tratamiento es que India es aliada de Washington en la llamada guerra contra el terrorismo internacional -aunque lo identifica, a diferencia de Washington, con intereses de Pakistán en Cachemira- e Irán, en cambio, es el mayor enemigo de Israel en Oriente Próximo, así como rival de la potencia norteamericana por la hegemonía en la zona. Pero no por ello tienen que ser ni más ni menos creíbles las garantías iraníes que las indias sobre su desarrollo nuclear, y en todo caso, Delhi es ya un poder nuclearizado, con lo que el desvío de esa tecnología hacia lo militar le sería posiblemente más fácil que a Teherán.

Y la respuesta al doble problema sólo puede ser una: inspección internacional a fondo de instalaciones, a lo que ya dice prestarse India, pero no a plena satisfacción de Occidente el Irán del presidente Ahmadineyad. Si, como dijo la secretaria de Estado norteamericana Condoleezza Rice el sábado en Delhi, el pacto constituye una "asociación estratégica", Washington le debe al mundo la práctica de unos controles tan severos como los que, sin duda, hay que aplicar a Teherán.

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