Toda una vida esperando... ¿esto?
Una crisis, entre otras muchas cosas, es un juego de contrastes espectacular. El pasado miércoles, en el corazón de Manhattan, un mendigo se refugiaba debajo de unas cajas de cartón justo delante del escaparate de una de las librerías de referencia en Nueva York, Barnes & Noble, donde se publicitaba en grandes tipografías un futuro best seller sobre cómo ganar el primer millón, que, según dicen, siempre es el más difícil. La semana anterior, en The New York Times, uno de los hombres fuertes del equipo económico de Bush daba explicaciones acerca del salto mortal de la política económica de EE UU, que ha pasado de dar sermones sobre las bondades del libre mercado a intervenir violentamente la economía para evitar la debacle. "No hay ideólogos en las crisis financieras".
Bernanke lidia con dos sombras, la de Greenspan y la de Paulson
Ese hombre es Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal (Fed), el banco central de Estados Unidos. Bernanke (Augusta, Georgia, 1953) encaró casi en solitario los primeros compases de esta crisis financiera. Finalmente, el secretario del Tesoro, Hank Paulson, le ha robado los focos en las últimas sacudidas de las turbulencias y en la posterior respuesta de Estados Unidos, con un plan de rescate de 700.000 millones de dólares que supone meter mano en la economía como ningún otro Gobierno lo había hecho.
Bernanke lleva toda la vida preparándose para una crisis como ésta, como gran estudioso de la gran depresión. Licenciado en Harvard y doctorado en el Massachussetts Institute of Technology (MIT), el responsable de la Fed tiene un perfil esencialmente académico: próximo a la Administración de Bush y bien conectado en Washington, dio clases durante 23 años en Princeton antes de incorporarse como gobernador a la Fed y al equipo de asesores de Bush, antes de dar el salto a la presidencia del banco central en 2006. Nadie lo ha tenido tan difícil como él desde entonces. Greenspan alcanzó un aura de infalibilidad, el mundo llegó a creer que los tipos de interés eran una especie de varita mágica con la que resolver todos los problemas. Pero en su última etapa, Greenspan se limitó a bajar los tipos ante el pinchazo de las puntocom. Con ello hinchó dos burbujas que han estallado ahora: la inmobiliaria y la del crédito.
Con un perfil público bajo, ideológicamente próximo a los republicanos y gran amante del saxofón, Bernanke fue criticado inicialmente por un excesivo academicismo, que se traducía en una lenta respuesta para los estándares de Wall Street, acostumbrado al gatillo fácil de Greenspan con los tipos. Pero una vez metido en la harina de la crisis, le han llovido palos por el lado contrario: en agosto, con el huracán subprime y el reventón inmobiliario, bajó drásticamente los tipos de interés y eso ha provocado inflación y el declive del dólar, un pecado imperdonable en Estados Unidos. Para tratar de detener el creciente agujero de la crisis bancaria aceptó activos tóxicos a cambio de dar liquidez a las entidades financieras, y fue acusado de poner en peligro el dinero de los contribuyentes. Y cuando las cosas se pusieron peor, dio luz verde al rescate de Bear Stearns (al que después siguieron varios más) y, según sus adversarios, eso ha puesto en peligro la independencia de la Fed.
Bernanke lidia con dos sombras alargadas. Es más discreto y mucho más claro y didáctico que Greenspan, pero eso le resta atractivo como oráculo de las Bolsas. Y es prácticamente un negativo de Paulson: un académico frente a un ex tiburón de Wall Street, un economista circunspecto, tranquilo y un poco aburrido ante la última figura de la televisión estadounidense.
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