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Columna
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Club Financiero de Vigo

Si uno entra en la página web del Club Financiero de Vigo (CFV) podrá leer esto: "Hace meses que los analistas advierten que España lo pasará mal. Otros países de la UE, como Alemania -que hace unos años sufrió una crisis propia que afrontó gracias a un gran pacto de Estado y a un suave pero constante proceso de desfederalización- o Francia -cuya fortaleza energética no genera demasiadas dudas-, posiblemente se limiten a ver pasar la crisis internacional. Frente a esto, la fragilidad con que España ha de enfrentarse a la situación internacional se incrementa con el endémico y persistente problema territorial que, como el CFV lleva años denunciando, está debilitando no sólo las estructuras del Estado y provocando desequilibrios internos, sino que tiene efectos sumamente perniciosos a la hora de elaborar, con visión de Estado, una política presupuestaria que permita afrontar la crisis con eficacia, lejos de intereses regionales, donde la máxima de '¿qué hay de lo mío?' quede, aunque sea por una vez, aparcada.

Quien sepa algo de España sabe que su pluralidad es un valor, y no un riesgo

Este lenguaje de empresarios no expresa una visión de Estado, sino su difamación. Rebaja el proceso parlamentario de aprobación de los Presupuestos, y tal vez el de negociación de la financiación autonómica, exigencias ambas del actual ordenamiento constitucional, al nivel de un capricho de camarillas. Es un lenguaje no sólo deplorable en un club de empresarios, sino que parece encerrar cierto tono de advertencia a las instituciones. Sus raíces ideológicas muy bien las podría encontrar uno en la derecha española de siempre, en Calvo Sotelo o en el Aznar de la segunda legislatura, por no entrar en más honduras.

Lejos de hacer un análisis inteligente de la crisis mundial, en la que ha tenido tanto que ver la agresiva desregulación de los mercados financieros, o mostrar las causas de la falta de competitividad de la economía española, enzarzada en una burbuja inmobiliaria que creció al amparo de bajos tipos de interés, el club de los empresarios vigueses se limita a señalar, con acre reduccionismo, lo que, a su juicio, está en el origen de todos los males de España que no es otra cosa que lo que ellos denominan, con eufemismo tecnocrático, "el problema territorial".

Si uno entrase a discutir lo que ahí se argumenta podría negar que la fortaleza ante la crisis de Alemania tenga que ver con un presunto proceso de desfederalización. Quien conozca la historia de Alemania sabe que fue Hitler, en enero de 1934, quién acabó con el sistema federal, que la ley fundamental reinstauró. Ni que decir tiene que la fórmula de financiación que los catalanes quieren para sí está tomada, precisamente, de la usada en la República Federal. De la presunta fortaleza de Francia, Estado jacobino donde los haya, habría mucho que hablar y, desde luego, no es necesario ser un gran profeta para sugerir que ellos, como lo han hecho los ingleses y los italianos, acabarán procediendo a una cierta devolución de poderes. Esto es así, guste o no, y lo contrario es mentir.

Del mismo modo, no puede dejar de señalarse que existe una correlación entre el milagro económico español y el Estado de las Autonomías. Quien no repare en que el viejo Estado centralista fue ineficaz y generador de atraso no entiende nada de lo que está pasando ante sus narices. La pujanza de los últimos treinta años es producto, también, del dinamismo "territorial", que no sólo es un problema, sino también factor de crecimiento. Por no decir que las diferencias de renta entre Galicia y Andalucía, de un lado, y Cataluña o el País Vasco, de otro, se han reducido en este trecho, y no aumentado. Esto tiende a ocultarse o ignorarse con verdadera mala fe.

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Quien sepa algo de España sabe que su diversidad y pluralidad es un valor, y no un riesgo. Y aquellos que practican formas modernas de lerrouxismo hacen pinza con los que, en el otro extremo, ponen en tela de juicio un sistema político sin el que no puede haber estabilidad social y seguridad jurídica, dos condiciones del crecimiento. Los que juegan a ello son aprendices de brujo con cierto sabor a rancio.

Bajo capa de preocupación por la crisis, lo que ese texto pone en cuestión es la democracia, precisamente tal como los españoles se la han dado a sí mismos. ¿Representa ese texto el pensamiento y el sentir de los socios del Club Financiero de Vigo? Si los empresarios del área de Vigo defienden tales planteamientos es que algo falla en nuestro país. El escritor Xavier Docampo ha escrito que estos clubs son una variante contemporánea de aquellos casinos donde un puñado de desocupados, envanecidos por su riqueza, ocupaban su ocio en resolver, en pose de arbitristas, los problemas de España. Tal vez no hemos salido de ahí.

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