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Columna
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Cambio de época

Los que hemos vivido, como ciudadanos y observadores, muchas crisis económicas advertimos en la situación actual rasgos peculiares que desembocan en un montón de interrogantes. ¿Qué parte de la crisis es real y qué parte ha sido inducida por el viejo método de anunciar "que viene el lobo"? ¿Cuánto hay, en esta crisis, de contagio ajeno y cuánto de elaboración propia, y en qué medida es ésta una crisis global o local y qué pasa si coinciden las dos?

Tras estos primeros frentes -sugerentes porque hablan de la realidad y de la ficción- se abren, para el ciudadano del mundo y de aquí mismo, incómodas preguntas de fondo. ¿Quién, cómo y por qué ha desencadenado esta situación? No se trata de buscar culpables, sino de ajustar responsabilidades: "¿acaso tengo yo -ciudadano corriente y moliente- la culpa de la situación?", se pregunta algún bien nacido, aquel que reflexiona no sólo sobre cómo le afecta la cosa, sino sobre qué puede hacer para contribuir a resolverla.

¿Hay alternativa salvo la obviedad de la austeridad, la ecología, el reparto justo de la riqueza y el uso real de la inteligencia?

El viejo método Sherlock Holmes induce entonces a encontrar respuesta en otra pregunta enorme: ¿a quién apuntala hoy y beneficiará mañana la crisis? Y como los ciudadanos corrientes no son tontos, siguen, en buena medida, la marcha de los acontecimientos del mundo, saben que ya no existen responsables únicos de casi nada y vienen percibiendo desde hace años síntomas claros de la cultura del exceso, no descartan de ninguna manera que ésta sea una crisis de lo que antes se llamó "de sistema", es decir, de forma de vida. Lo cual lleva a una pregunta aún más incómoda: ¿ha dado ya todo de sí nuestra economía consumista hasta llegar al agotamiento?

Y esta incógnita propone otra peor: ¿hay alternativa salvo la obviedad de la austeridad, la ecología, el reparto justo de la riqueza y el uso real de la inteligencia que, como dice Jeffrey Sachs en su último y estupendo libro (Economía para un planeta abarrotado, Debate), reclama más cooperación y menos competición? Obsérvense las enormes diferencias de actitud -y de pensamiento- que comportan la cooperación y la competición: la primera tiende a considerar a los demás como amigos, la segunda como enemigos. Un abismo cultural separa estas dos posturas.

Ante este cúmulo de incógnitas, la discusión de la financiación y la de los presupuestos del Estado parecen ridículos entretenimientos. Si bien son, a su vez, síntomas -acaso resultado- del problema común que nos envuelve: ¿un cambio de época? Y si es así, ¿en qué dirección se mueve este cambio, qué anuncia y cómo nos afectará?

Conforta ver que estos interrogantes no sólo están planteados desde hace tiempo desde muchas partes del mundo, sino que sus respuestas están cociéndose concienzudamente. Los 3.000 sociólogos reunidos en Barcelona no hicieron otra cosa que organizar esa visión de conjunto poniendo en común su exploración de la diversidad social, que es tanto como bajar a la tierra y tocarla percibiendo las necesidades humanas. La realidad como maestra. Voilà: los más conspicuos ultracapitalistas han nacionalizado dos peculiares financieras norteamericanas, Freddy Mac y Fannie Mae -que aquí nos suenan como Mickey y Minnie Mouse-, han corrido a salvar la mayor aseguradora estadounidense y ahora sostienen que mostrar un Estado responsable favorecerá al candidato McCain. Un ejemplo entre miles que esos "exploradores de las sombras evidentes" como calificó a los sociólogos Saskia Sassen, profesora de la Universidad de Columbia, o esos "instrumentos de la sociedad para conocerse a sí misma" como los definió Emilio Lamo de Espinosa, se afanan por explicar día tras día. Las contradicciones del capitalismo salvaje llevan más de una década siendo descritas por los expertos sociales: en los noventa lo llamaron "economía de casino".

Las respuestas, por tanto, existen: si los economistas diagnostican el pasado, los sociólogos descubren lo obvio, lo cual nos sirve para saber dónde estamos. El sociólogo americano Craig Calhoun explicó en La Pedrera, en un auditorio abarrotado, que vivimos con un pie en la globalidad y otro pie en el localismo; para encontrar el equilibrio entre tan monumental distancia, aconsejó la crítica permanente de uno y otro polo. Lo cual significa abrir bien los ojos para distinguir entre realidad y fantasía, entre mitos y seres de carne y hueso. El catedrático de la London School of Economics John Gray diagnostica en su último libro -Misa negra, Paidós- que "desastres de esta magnitud (los que nos rodean) son consecuencia de un tipo de pensamiento que ha perdido toda noción de la realidad".

Quizá sea esto lo que causa la perplejidad de tantos catalanes que se hacen preguntas. La Asociación Catalana de Sociología, en su reciente y comentado informe sobre nuestra realidad, no ha hecho otra cosa que dar respuestas. Los sociólogos tienen claro que las cosas no suceden porque sí, como sostuvo en su momento el mítico presidente de Sony Akío Morita. El posmodernismo ha muerto. Ése es el cambio. Ya era hora.

m.riviere17@yahoo.es

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