Parálisis europea
La Unión debe recuperar la iniciativa para afrontar la crisis financiera y los retos políticos
La crisis económica, por un lado, y la crisis internacional derivada de la guerra de Georgia, por otro, han puesto de manifiesto la necesidad de Europa. También la fragilidad de la Unión. Aunque la tormenta que está afectando a las instituciones financieras de Estados Unidos y, por contagio, a la totalidad del sistema, se preveía desde agosto de 2007, poco han hecho los países de la Unión para adoptar iniciativas conjuntas que traten de paliar sus efectos en las economías europeas.
Es más, la crisis económica ha venido a complicar la parálisis política provocada por el rechazo irlandés al Tratado de Lisboa. La presidencia de turno francesa, con el presidente Sarkozy a la cabeza, había apostado por convencer a Dublín de la necesidad de repetir el referéndum que dificultó su entrada en vigor. Los efectos de las turbulencias económicas sobre Irlanda han aumentado los riesgos de intentar esta salida. El país con mayor crecimiento de la Unión se está viendo sacudido por la inflación y el desempleo; en estas circunstancias, la repetición del referéndum podría afianzar la parálisis.
El conflicto de Rusia con Georgia, por su parte, ha puesto a prueba la capacidad de los Veintisiete para mantener la unidad ante un desafío mayor de la política internacional. La unidad se ha mantenido, pero a costa de resignarse a no emplear todo el potencial diplomático de la Unión. Rusia ha reafirmado su posición internacional tras el conflicto georgiano, y esto afecta de manera directa a la Unión, tal como ha subrayado con extrema dureza la secretaria de Estado norteamericana Condoleezza Rice. La conveniencia de encontrar fuentes alternativas de suministro energético se ha convertido en una imperiosa necesidad, así como blindar el espacio europeo a través de un mercado único de la energía.
Europa es un actor necesario, casi imprescindible, en una esfera internacional tan turbulenta en lo económico y en lo político. Los años perdidos a costa del tratado constitucional, primero, y del Tratado de Lisboa, después, exigirá revisar muchas cosas, desde la cortedad de miras con que se han abordado las reformas institucionales hasta la redefinición del lugar que Europa puede, y debe, ocupar en el mundo. El desfavorable clima internacional no es una excusa para retomar éstos y otros asuntos pendientes, sino un estímulo para recobrar un impulso europeísta que nunca debió languidecer.
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